En una épica final, Argentina ganó la tercera Copa del Mundo. De sur a norte y de oeste a este los festejos tuvieron una magnitud sin precedentes.

El Obelisco, escenario de una multitud que salió a vitorear, bailar, cantar con sabor a gloria

Crónica de un festejo que se aguantó 36 años

Por Santiago Brunetto

Tres copas del mundo se levantan junto al Obelisco. Las sostienen dos nenes y una nena, a los hombros de sus padres. De fondo, un trapo de Diego y Lionel flota sobre la incontable multitud popular que copa la 9 de Julio para largar por fin el grito atragantado por 36 años: Argentina es campeón del mundo. Chicos y grandes, quienes ya conocían la sensación y los que la conocen ahora, arman la fiesta en las calles de la Ciudad al ritmo de bombo, trompeta y cumbias. Celebran, además de la copa, que el álbum de los eternos ya tiene un nuevo integrante y se llama Lionel Messi.

Ganar la tercera

Cualquier crónica de una movilización popular debe incluir, al menos, un esbozo de cantidad de gente. Son incontables. Miles, cientos de miles, millones. Avenidas, calles, cuadras, metros, kilómetros. Metáforas acuáticas: un río, mareas, océanos de personas. Tal vez sea más preciso decir que este domingo 18 de diciembre todo el pueblo estuvo en las calles de la Ciudad de Buenos Aires. Hay banderas, bombos, abrazos, gritos, besos, bengalas, algunos llantos, otras risas, bombas de estruendo y sobre todo camisetas de Messi. Caravanas por Corrientes y Avenida de Mayo, festejos en Parque Centenario, Acoyte y Rivadavia, Avenida Santa Fe o Independencia. Argentinos y argentinas que se asoman y gritan por los balcones, se trepan a los semáforos o al techo del Metrobús. 

En 9 de Julio el sonido no es unísono, cambia metro a metro, cantito a cantito, como si cada cuadra fuera una tribuna en sí misma, y en otros puntos hay grupos con trompeta y redoblante, o bailando en torno a parlantes de autos: circulan botellas cortadas y latas de cerveza. Es este, evidentemente, el disperso sonido de la alegría popular, hasta que en un momento el furor parece coordinarse y en la atmósfera se escucha un tronido unificado: «Dale campeón, dale campeón…»

Sebastián Paz y Morena, su hija, llegaron desde Lanús. El Roca a Constitución y desde ahí a pie. «Todo reventado y cantando sin parar», describe, exultante, Morena, de 17 años, que como la mayoría de su edad está con la 10 de Messi. Su papá, de 54, tiene la de Maradona del ’94. «Tengo la suerte de haber visto las tres copas, pero para ella es la primera y verlo juntos es una emoción muy especial. Hay toda una generación que hoy conoce algo totalmente nuevo», asegura. 

Morena dice que la alegría después del sufrimiento fue, para ella, «increíble». «Nunca grité un gol así», afirma sobre el penal de Gonzalo Montiel, que le dio a la selección la tercera copa del mundo de su historia. «Es lo que esperaba y más. Hasta el penal de ellos les pegamos un baile terrible, y después sufrimos como pasa siempre, pero eso ahora le da un gustito más lindo», dice Mariano Ruiz, de Barracas, que sostiene que «ganamos la mejor final de la historia». 

De fondo se escucha el estribillo del hit, «Muchachos», que todavía pide «ganar la tercera», aunque la tercera ya está camino a casa. «Todavía no caigo, son ocho años esperando esto desde la final de 2014 y ahora se nos dio y tenemos tres estrellas», dice Hernán, de 28 años, mientras se señala el escudo que aún muestra las del ’78 y del ’86. «Muchachos» vuelve a arrancar y en el Obelisco se canta con más orgullo que nunca por la «tierra de Diego y Lionel».

De la mano de Leo Messi

«Me crié con Messi. Cuando debutó en la mayor yo tenía 11 y para mí la selección es él. Sabía que no iba a irse sin ganarla», sostiene Hernán, quien recuerda cuando, después de la lejana derrota con Arabia Saudita, el 10 «nos pidió que confiemos». Hernán asegura estar «más feliz por Messi que por mí». Al igual que durante toda la Copa, algo de esa sensación flota en las calles. La alegría es doble: por ser, otra vez, campeones del mundo y porque la pelota finalmente hizo justicia con el que mejor la trata.

«Para mí ya era el mejor de todos. Pero igual hubiera sido terrible que se retirara sin levantar la copa», señala Julieta, de Villa Urquiza. El trapo con el rostro de Diego y de Lionel flamea toda la tarde, como si alguien estuviera asignado a la tarea de mantenerlo en alto para dejar sentado lo que afirma Marcelo, de 44 años: «Messi ya era gigante, ahora es eterno. Va a vivir lo que vivió el Diego, va a tener nuestra lealtad para siempre».

Hay nenes y nenas que replican el Topo Gigio con el que el 10 vengó al fútbol argentino del villano Van Gaal. Se venden remeras estampadas con el «andapallá, bobo» y en los celulares la gente relojea las primeras fotos de Leo levantando la copa, subido a los hombros de su amigo Agüero. «Ahora sí se puede retirar tranquilo», suspira Hernán, aliviado, como si fuera él quien se sacó la mochila de encima, y lo resume en una frase futbolera: «Messi ya sabe lo que pesa la Copa del Mundo».

«La nuestra»

Hay, además de las de Messi, camisetas de Lautaro, de De Paul y en particular buzos del Dibu, furor entre los y las más chicas. Romina, de 9 años, dice que el momento que más disfrutó de la Copa fueron los penales contra Países Bajos, y agradece el que el arquero atajó este domingo. «Hoy nos volvió a salvar en el último minuto, como contra Australia, esa atajada va a quedar para la historia», remarca Julieta sobre el mano a mano que el 23, elegido mejor arquero de la copa, le sacó con el pie izquierdo a Kolo Muani.  

También se canta por Fideo Di María, aquel que, pese a no tener demasiados minutos en la Copa, este domingo puso el 2-0 en la jugada colectiva que, para la gente, representa a la perfección el juego argentino. «El gol de Fideo no lo olvidamos más. Después nos empataron y termina en penales, pero es por lejos el gol más lindo que hicimos en la copa… a puro toque», sonríe Marcelo. 

Hay cantos, por supuesto, también para Scaloni. El «que de la mano de Leo Messi» se reconvierte por momentos para nombrar al DT. «Creo que Scaloni cambió todo. Teníamos mucha tensión por las finales perdidas, y él es un tipo tranquilo que puso las cosas en su lugar», agrega Marcelo, que está orgulloso porque el equipo «juega a la nuestra». «Nos identificamos mucho con estos chicos porque juegan como un equipo y como siempre se jugó y se juega en el fútbol argentino. Tocan cuando hay que tocar y meten cuando cuando que meter», sentencia. 

Fiesta y potrero

Se arma un picado en una de las pocas callecitas algo liberadas del microcentro porteño. Martina, que le hace un gol a su mamá, le dice a Página/12 que sí, que a ella le gustaría jugar un Mundial. Tiene 8 años y ya juega al papi en un club de José C.Paz. Comparte eso con los jugadores de la selección, surgidos de esos clubes que, en los barrios, se ocupan a pulmón de hacer un poco más felices a los chicos y chicas del país. 

Más allá, desde el parlante de un auto suena la «Cumbia de los trapos», esa que se escuchó en el Estadio Lusail cuando Messi levantó por primera vez la Copa del Mundo. «Al equipo que tiene más aguante, lo llevo dentro del corazón», canta y baila un grupo alrededor del auto, mientras empieza a caer el sol. Dicen que se van a quedar ahí hasta la madrugada y ya empiezan a planear lo que vendrá ahora, cuando aterrice el avión de la Selección y la copa más linda de todas vuelva a estar en suelo argentino. 

Fuente: Página/12. Link. Imagen: El Doce.

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