El conocido historiador Felipe Pigna comenta su libro sobre San Martín.*

En La voz del gran jefe Felipe Pigna despliega una historia de José de San Martín (1776-1850) que completa los recortes que los escribas liberales del siglo XIX hicieron para menoscabar su figura y convertirlo en un prócer, escamoteando la verdad sobre el rol político y humanista presente en toda su trayectoria al servicio de su patria.

En el libro, recién publicado por Planeta, el célebre autor de Los mitos de la historia argentina, profundiza en el verdadero legado de San Martín «ya que hubo siempre recortes mezquinos por cuestiones de interés político», señala en una entrevista con Télam.
El Libertador tuvo enemigos muy poderosos como Bernardino Rivadavia y Carlos Alvear y más tarde tanto Vicente Fidel López y Bartolomé Mitre tuvieron que hacer malabares en sus libros escritos en el siglo XIX para elogiar al unísono a San Martín y a sus enemigos.
En los años 30, «esta operación se termina de concretar con el golpe del general José Felix Uriburu, y se empieza a delinear el prócer estrictamente militar, le recortan todo su pensamiento progresista».
Pigna incorpora en el libro algunas de las hipótesis acerca de los orígenes del padre de la patria: «Me pareció importante dar cuenta de las versiones que corren acerca de que no fue hijo de Juan de San Martín y de Gregoria Matorras, sino de una indígena guaraní o de Diego de Alvear, padre de su acérrimo enemigo.
Otro tema hace a la estadía de San Martín en España, «son años de formación en los que entra al ejército con sólo 11 años y a los 15 ya tiene mando de tropa, él se ofrece de voluntario para participar de acciones temerarias, asciende rápidamente y además le toca una España cambiante: de pronto combate a los moros, a los ingleses o es aliado de los ingleses contra los franceses; contabiliza más de 30 combates en esos años».
Por esos días lee a Voltaire, Montesquieu y Rousseau, asiste a la reunión de Francisco Miranda -en Londres, 1797- «toda una preparación para su posterior ingreso a la logia Cádiz que una década después promueve que sus miembros americanos viajen a sus países de origen a luchar por la independencia, una forma de debilitar el absolutismo europeo», analiza el autor de «La larga noche de la dictadura» y «La noche de los bastones largos».
Cuando llega a Buenos Aires, en 1812, «tiene un primer encontronazo con Rivadavia, una discusión muy fuerte donde expresa sus ideas sobre la monarquía parlamentaria y el triunviro le dice: ‘aquí son todos republicanos’. San Martín le contesta que el va a hacer lo que quiera el pueblo»; pero la discrepancia encubría el hecho de que Rivadavia pensaba en una alianza con Gran Bretaña».
Con la experiencia militar obtenida en Europa, «el Libertador forma los granaderos a caballo y pide que se convoque a 300 guaraníes, algo que genera rechazos pero ante su insistencia logra en 1813 la incorporación de estos hombres de gran coraje y adaptación».
Entre otras anécdotas incluidas figura la batalla de San Lorenzo (febrero de 1813): «Allí San Martín muestra su capacidad estratégica, en apenas 15 minutos derrota a una fuerza que lo dobla en número. Y lo que dice Cabral, ese zambo mulato que le salva la vida -‘Muero contento hemos batido al enemigo’- no es una leyenda, lo cuenta el propio Libertador, en un parte redactado en tercera persona, donde pide atención para los huérfanos, las viudas, un acto igualitario».
Otro item, que rescata Pigna, es la relación de San Martín con Belgrano, ambos se encuentran en Salta a fines de enero de 1814 y luego bajan juntos a Tucumán, cuando el estratega militar comienza a armar una academia concebida para la formación integral de cuadros militares. No hay que olvidar que el ejército estaba destrozado luego de las derrotas de Vilcapugio (octubre de 1813) y Ayohuma (noviembre de 1813).
Nombrado general del Ejército del Norte en 1814, San Martín tiene que pedir una licencia porque su salud se quebranta y en Saldán (Córdoba) comienza a desarrollar un plan continental de liberación con Tomás Guido (oficial mayor de la Secretaría de Guerra) cuando ya había anticipado el fracaso de las expediciones al Alto Perú.
Como gobernador de Cuyo en 1814, «San Martín realiza una gestión extraordinaria donde sorprende su plan de Salud Pública, entiende que hay una capacidad ociosa en el convento de los frailes, los educa para que sean agentes sanitarios, que vacunen contra la viruela, crea hospitales públicos, salas de primeros auxilios, una escuela secundaria, funda bibliotecas, fomenta la agricultura…», enumera Pigna, «al tiempo que prepara el cruce de los Andes».
Sin embargo, desde Buenos Aires, hay intentos de sacarlo de Cuyo y mandar en reemplazo a Gregorio Perdriel a tomar su lugar, y ante un levantamiento popular esta jugada queda sin efecto», resume el escritor y reflexiona sobre el triste papel de Alvear, «un traidor que revela todos los secretos militares a los ingleses».
«El director supremo Juan Martín de Pueyrredón se juega por San Martín -considera el historiador- al nombrarlo General del Ejército de los Andes (en julio de 1816) en contra de la Logia que tiene otros planes, como buscar un rey en Francia, esa parte parece una novela», opina.
Una vez concretado el cruce de los Andes, en enero de 1817, «donde participaron más de cinco mil personas, había negros, indígenas, muchos quedaron en el camino, el mismo San Martín tuvo problemas de salud, la pasó muy mal, aunque el primer objetivo se cumplió con la llegada a Chile, la declaración de la independencia y la asunción de Bernardo de O’Higgins como director supremo. Pronto regresa a Buenos Aires. Tiene claro que lograda la epopeya de los Andes había que continuar la campaña a Perú».
Recién en agosto de 1820, «San Martín parte de Valparaíso y logra llegar a Lima, donde declara la independencia, aunque en el territorio quedan 10.000 realistas, y el Libertador no podrá completar su tarea, obstaculizada de forma permanente por sus enemigos desde Buenos Aires, hasta que su lugar lo ocupa Bolívar, después de un encuentro entre ambos en Guayaquil», sintetiza Pigna.
Sin embargo, destaca, «el Libertador tiene una gran actuación en Lima, consigue que la inquisición sea abolida, la libertad de los esclavos, cambia un lugar que venía siendo dominado hacía 300 años desde la época de Pizarro. Una sociedad estamental, tremendamente rica, una enorme cantidad de pobres y esclavos y un poder español muy consolidado, el centro del poder en América».
El encuentro entre Bolívar y San Martín, afirma Pigna, «no tiene ningún misterio, es un invento de los liberales que escribieron nuestra historia para no decir que el Libertador fue abandonado por Rivadavia, por los unitarios de Buenos Aires. Llega a Guayaquil en total orfandad política el 26 de julio de 1822».
Durante el exilio, Rivadavia lo sigue combatiendo, «con artimañas horrendas como el libelo que publica Alvear, en primera persona como si fuera San Martín en un nuevo intento por boicotearlo», comenta el escritor, y resalta el «excelente vínculo epistolar que mantuvo con Juan Manuel de Rosas durante los últimos años de su vida, al que le deja en su testamento su sable en reconocimiento de su política exterior».
Estos son algunos ejemplos, que el libro detalla, con el aporte de documentos y cartas de la época, que en su conjunto conforman la grandeza de un hombre alejado del bronce.

*Entrevista de Mora Cordeu para Telam

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