Proseguimos en EL BAÚL con la segunda parte del estudio de la Prof. Stilger hiciera sobre el Nuevo Cancionero hacia el inicio de los años ’90. Destacábamos en el número anterior la riqueza que poseía este material puesto que contaba con testimonios directos de algunos protagonistas, en este caso no solo continúa esa tendencia sino que se ilumina con algunos textos poéticos pertinentes.

 

Un eco del Ánde
Armando Talquenca, fundador de Ecos del Ande, refiere que, incluso antes de la aparición del manifieste del Nuevo Cancionero, el grupo ya venía incursionando en los presupuestos expresivos de la “nueva canción”.

Por esa época, precisamente en 1963, Ecos del Ande (creado en 1959) obtuvo el galardón principal en el Primer Festival Internacional del Disco, que se realizó en Mar del Plata, con la Suite Otoñal, del Concierto de Varsovia de Rachmaninoff.

Ecos del Ande ha tenido varias formaciones a lo largo de su frondosa historia. En el momento al que hacemos referencia, se hallaba integrado por Alfredo Santos, Armando Talquenca, Alberto Lucero y Tito Ortiz. Armando Talquenca saca cuentas: “Fuimos los primeros en el país en interpretar a cuatro voces de una manera integral. Después vendrían los Quilla Huasi, el Cuarteto Zupay y tantos otros”.
He aquí, además, otro dato con historia aportado por Talquenca, acerca de uno de los himnos más importantes de América Latina y quizá de todo el Nuevo Cancionero. Ecos del Ande fue el primero que grabó Canción con todos, para un larga duración editado en Chile por la Philips en 1968, La contratapa estaba escrita por Tejada Gómez.

“Hasta el advenimiento de Buenaventura Luna y Atahualpa Yupanqui, el Cancionero Nativo se mantuvo en la etapa de formas estrictamente tradicionalistas y recopilativas. Es con Buenaventura Luna en lo literario y Atahualpa Yupanqui en lo literario y musical, como se inicia un empuje renovador, que amplía su contenido sin resentir la raíz autóctona. A este hallazgo se sumará después el aporte de músicos, poetas e intérpretes de las nuevas generaciones, que urgidos por desarrollar esa veta de la sensibilidad popular, han protagonizado el resurgimiento actual.

“El Nuevo Cancionero intenta buscar en la riqueza creadora de los autores e intérpretes argentinos, la integración de la música popular en la diversidad de las expresiones regionales del país. Es así como se propone depurar de convencionalismos y tabúes tradicionalistas el patrimonio musical tanto de origen folklórico como típico popular”.

 

El recuerdo de Armando
En palabras de Armando Tejada Gómez se recuerdan las circunstancias de aquella presentación histórica del Nuevo Cancionero:

“Nosotros nos dimos a conocer en un acto en el Círculo de Periodistas. Nos habían cedido generosamente un salón. Allí presentamos la producción de lo que llamábamos Nueva Canción y además leímos el manifiesto. Ya me habían entrevistado a mí medios de Buenos Aires, preguntándome si esto era una moda pasajera o si tenía alguna posibilidad de permanencia. Les contesté con el manifiesto y les hablé acerca de la necesidad de introducir, dentro de las profundas raíces del canto folclórico, la nueva situación que se estaba produciendo, tanto musical como literaria y social en nuestro país.

“Había que explicarles que el boom folklórico había surgido como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. Nos habíamos quedado sin importaciones y fue necesario, pues, montar a mucha velocidad, como sucede siempre en la Argentina, industrias de todo tipo. Eso requirió mano de obra de todas partes del país, que fue a la Gran Capital en busca de un destino mejor. A poco de afincarse, esa gente comenzó a exigir, a pedir lo suyo: su música. En ese momento, estalló el ídolo máximo de la canción cuyana, Antonio Tormo, que produjo un fenómeno extraordinario de difusión, interpretando el folklore tradicional.

“Era lógico que así fuera -completa Armando-, porque lo que se habían llevado nuestros paisanos era ese tipo de folklore. Pero nosotros disentíamos del hecho de continuar repitiendo in aeternum la memoria de nuestros abuelos. Como nueva generación, nos veíamos obligados a declarar y practicar un arte, que partiendo de las raíces, sin desvirtuarlas, entregara el aporte de las nuevas generaciones.”

 

El recuerdo de la Mecha
Mercedes Sosa, que por aquel entonces vagaba por distintas latitudes llevando sus canciones, recuerda, por su parte, las circunstancias del nacimiento del Nuevo Cancionero desde otra perspectiva. Vale precisar aquí que Mercedes Sosa y Carlos Matus estaban casados en esta época, hecho al que nos referiremos más adelante.

“Yo escribí las frases que después iban a conformar el manifiesto -comenta Mercedes-. Lo hice, porque Matus no sabía escribir, cometía horrores de ortografía. Entonces yo transcribí, donde ahora está la Biblioteca Nacional, en Buenos Aires, las ideas que me dictó Matus.

“Después le mandamos el texto a Armando (Tejada Gómez) y él fue quien lo pasó a máquina. Pero la idea de cómo iba a ser el Nuevo Cancionero era de Matus. Yo redacté la carta para Tejada, en la que decía que era necesario formar un movimiento, en donde toda la gente de todo el país se conociera, se comprendiera e hiciera trabajos conjuntos de carácter cultural”.

Con la publicación del manifiesto del Nuevo Cancionero se iniciaba una nueva etapa en la que todos sus miembros, sin excepción, debieron luchar contra la resistencia al cambio, ejercida por los sectores más tradicionalistas, las dificultades económicas y hasta la persecución política, en algunos casos particulares, según veremos después.

 

Armando, según Tito

“Armando Tejada Gómez -evoca Tito Francia-, cuando era un niño, vivía debajo de un puente, en la calle Beltrán, en Guaymallén, con su hermano, ‘El Toto’ y su hermano por adopción, Oscar Matus. Armando escribió una poesía muy linda: La vida dos veces, dedicada a un niño que se fue a vivir con sus padres a una casa preciosa cerca del canal Cacique Guaymallén. Se llamaba Toddy. Este pibe se hizo amigo de Armando.

“Me lo imagino a Armando de pibe. Era lustrabotas, vendía diarios. ¡Andaría de sucio! Los padres de Toddy no querían que se juntara con él porque, a lo mejor, ¡hasta le pegaba los piojos! Pero Toddy no les hizo caso. Cuando sus padres vieron que era imposible separarlos, un día lo invitaron a la casa, lo hicieron pasar y le sirvieron leche y medialunas.

“Armando tenía la habilidad de dibujar caballos. Le salía bien naturalmente. Después, la familia tuvo que irse. Cuando Armando creció, dejó de vender diarios y empezó a trabajar en las bodegas ¡y tenía que usar unos pantalones enormes!

“Con el tiempo, se volvió poeta y escribió este poema del que hablábamos, La vida dos veces”:

Miren cómo sonaba allá en mi barrio agreste
este nombre caído de los mares lejanos:

Toddy Deussán. Un chico alimentado a lirios.

Una flor de su madre que soñaba otra vida.
Supe que no quería que jugara conmigo
porque yo era la forma del pánico y el hambre
y la más descarada miseria por el mundo.
Pero Toddy, esa gracia hecha de mimbre y aire,
vivía hipnotizado por mi gran aventura.
Cuando huía del ojo celoso de su madre
se acercaba a mi sombra con cierto desenfado,
me mostraba sonriendo sus ignotos tesoros
y me buscaba el lado más pájaro del alma.

El descubrió en mis ojos cierto país del sueño
donde se desnudaba un ángel con harapos;
algunos yacimientos de enterrada inocencia
y un gran rompecabezas de ternura en mis manos.

Un día, ya vencidos por nuestra resistencia,
los padres me dejaron entrar en el santuario,

nos sirvieron un río de leche y mediaslunas
y yo los deslumbré dibujando caballos.
Después, siguió la vida, como siempre sucede,
volvió el viento de agosto y crecieron los árboles;
sus padres, que tenían el sueño de otra vida,
una tarde ceniza se mudaron del barrio.

Yo olvidé al canillita en un cruce de esquinas,
entré al jornal violento del vino y los obrajes,
vestí los portentosos pantalones del viento
y descubrí mi oficio de fábula y guitarra.

Toddy, se llama Alfredo Deussán, vive en Mendoza,
casó con otro mimbre hace muchos veranos,
seguramente tiene un puñado de niños
y es una pajarera su comedor de diario.

Acaso, un año de éstos, cuando vuelva al oeste,
llame a su puerta clara y despierte sus pájaros,
sólo porque un amigo es la vida dos veces
y desde aquella tarde no dibujo caballos.

 

La Media Luna
Julio “Negro” Castillo y Ramón Ábalo, compañeros de andanzas de Armando Tejada Gómez, recuerdan cuál era el itinerario de la bohemia allá por el ‘45. Las correrías principales ocurrían en Guaymallén. Los boliches de la Media Luna y de la Calle Larga (hoy Pedro Molina), albergaron los primeros desvelos y esperanzas de Armando y sus amigos. La pizzería de Ramis, el café de Villarreal, la fonda del boliviano Chales, ocupaban tres de las cuatro esquinas de Alberdi y la Calle Larga. También existían otros reductos, como el café Argentino, en la esquina de Mitre y Pedro Molina, cerca del estadio del club Argentino.

Ábalo añade: “Además, estaban las casas de los amigos; y el club Pedro Molina, el Sayanca y otros más pequeños, donde los sueños se corporizaban en bellas muchachas, en el abrazo momentáneo de unos tangos”.

 

Caza de brujas
El Nuevo Cancionero fue y sigue siendo muy combatido. Vale la pena aclarar aquí que, por un lado, casi todos los músicos tradicionalistas denostaron este movimiento de renovación, atacándolo desde el punto de vista estrictamente musical. Por otra parte, es preciso recordar los años oscuros en nuestro país, con sus luchas internas, persecuciones políticas y el exilio involuntario de una gran cantidad de artistas comprometidos con un ideal político distinto del que ostentaba el poder. En muchos casos, estos dos factores se combinaron, creando situaciones muy angustiantes para este grupo de jóvenes músicos y poetas.

Hace algunos años los poetas Pedro Straniero y Andrés Gabrielli escribieron este poema para celebrar a su amigo. Fue musicalizado por Daniel Talquenca.

 

MILONGA DEL compadre

A Armando Tejada Gómez

 

Te cuento compadre que hoy 
está con mi dolor durmiendo el vino
y en los boliches lastiman 
con mi llanto las tonadas, 
fantasmas dé la sed.

La Media Luna que alumbra
tu esquina de niño pobre 
va templando el cancionero 
como una cuerda de cobre.
 
Compadre de largo aliento,
profeta de la tierra poderosa,
cuña de canto en la piedra, 
río bravo en la montaña 
sin miedo de crecer.
 
La Media Luna que alambra 
parrales al horizonte 
muestra un ángel con harapos 
al niño viejo de entonces.
 
Sucede también compadre 
que pesa la ciudad con sus rencores 
cuando un hombre solitario 
pierde el rumbo y se desploma 
soñando amanecer.
 
La luna nueva reparte 
por el mundo tus canciones:
son los pájaros labriegos 
que encienden los corazones.
 
Parece que falta alguno 
que suelte el vendaval de la palabra
y arme un fogón en la piel,
faltan manos, faltan vientres,
salgamos a nacer.
 
Poeta de Guaymallén, 
bracero de hachar la noche,
mineral americano, 
Armando Tejada Gómez.

 

Fuente: Patricia Stilger, Nuevo Cancionero, Mendoza, 1992, Colección Primera Fila: Hechos y personajes del siglo XX, Nº 8, Diciembre de 1992. Dirección general: Orlando Terranova y Daniel Vila

La quinta pata

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