Un beso de vida para la Patria. Así califica Marcelo Figueras la extraordinaria concentración del 25 de mayo contra el régimen colonial de Macri.

Un beso de vida para la Patria

POR MARCELO FIGUERAS 

La multitud que rechazó al FMI se reencontró con el júbilo del Bicentenario

¿Qué hacía ahí toda esa gente? Era como si un Arca hubiese anclado cerca del Obelisco para pastorear su carga, un par de ejemplares de cada idiosincracia humana: viejos / niños / jóvenes / adultos / dionisíacos y apolíneos / negros / blancos / orientales / marrones / troskos / populares / fieritas / hipsters / futboleros / gente bien / cámporas / héteros / malenas / sexualidades de diversidad explosiva / familias / camioneros / murgueros / rockeros / cumbiancheros / electrónicos / académicos / atorrantes / oficinistas / piqueteros / gargantas / militantes / independientes / ocupados y desocupados / metrodelegados, metrodependientes y metrosexuales / gente en auto y gente de a pie / porteños y federales / tarifados a muerte / fans del sushi y cebados a polenta / y más, muchos más, en variedad pródiga como la creatividad de la especie.

Habían empezado a rondar el Obelisco bien temprano, mucho antes de la hora señalada por la convocatoria; dos horas después de entonado el Himno muchos seguían allí, como si buscasen exprimir la última gota de la ciudad liberada. (En las seis horas que rondé la zona —entre Tribunales y la avenida Belgrano— no vi un solo policía.) Algunos clavaron pica y armaron campamento, otros circularon interminablemente haciendo el agosto de los comercios locales. (Un detalle llamativo: nadie bajó sus persianas por temor a la plebe, que abarrotó cafés, kioskos, librerías y macburguers.) La estrella, sin embargo, fue el ex vendedor ambulante, reconvertido en emprendedor de circulación libre, más allá de la mercancía que ofreciese: banderas, choripanes, remeras (una le atribuía a Macri la frase: “Lo prometido es deuda”), pañuelos verdes, bandanas y hasta condimentos y levadura porque, como decía mi abuela —que al final cruzó cables y mezclaba refranes—, cuando hay hambre, ganancia de pescadores.

Esta exacerbación del ingenio, propia de la necesidad, se extendía a las consignas particulares. Nunca vi reclamar en nombre de tantas causas —Bauen, empresas cerradas o en terapia intensiva, Maldonado, aborto legal, minería, tarifas, subte, maestros, PAMI, inflación, presos políticos, científicos, la violencia contra los pibes, el hambre, la corrupción, el ahogo a la prensa libre—. mediante medios más artesanales. Era una feria del cartelito y la pancarta fatta in casa. Muchas, por cierto, retomaban las consignas que se habían lanzado para convocar —La Patria está en peligro, no al Fondo—, mediante un popurrí de colores, tipografías y estilos caligráficos que incluyeron hasta la letra inglesa.

El contraste con el cartel luminoso de los convocados al mundial era notorio. En comparación con la señalética que apelaba a la tracción a sangre, la perfección aerografiada de la arenga futbolística desnudaba su artificio.

Los miserables

La jornada se había iniciado con el anticipo oracular de AccuWeather: iba a ser un día despejado, con temperatura de dieciocho grados y una sensación térmica —las pitonisas del servicio, sofisticadas profesionales, la llaman real feel— dos grados menor. Pero en la Catedral metropolitana, el ambiente se puso gélido. Las autoridades nacionales habían llegado en soledad, más custodiadas que un sandwich en Biafra. Al iniciarse el oficio religioso, Macri sometió la señal de la cruz a la misma aplicación que usa para el idioma castellano y obtuvo una simulación funcional, mas nunca exitosa. Para colmo, el arzobispo Mario Poli sacó a relucir un pasaje de los Evangelios (Lucas 19, 1-10) que habla de un ricachón llamado —no es joda— Zaqueo. Y explicó que Zaqueo era lo que por entonces se llamaba un publicano, y que los publicanos “eran indiferentes al patriotismo de sus conciudadanos que luchaban por obtener la libertad de su pueblo humillado. Estas y otras actitudes les valieron el desprecio popular y eran considerados grandes pecadores”.

Este Zaqueo se conmueve porque Jesús no lo discrimina ni lo condena de antemano por ser lo que es. (Es obvio que Jesús, siendo Dios encarnado, tenía claro que Zaqueo no estaba perdido.) Y por eso se levanta y le dice: “Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo”. A pesar de que la transmisión oficial le dedicó al Presidente un primer plano, su expresión no permitió colegir qué pensaba de este publicano que, para salvar su alma, dio la mitad de lo que tenía a los cabezas de su tiempo y lugar. Las versiones que afirman que multiplicaba por cuatro lo que los Macri deben a causa del Correo son, por cierto, apócrifas.

Confiado en el sostén que le proveía su báculo, el arzobispo Poli fue aun más allá. “El primer deber del Estado — le dijo a Macri, Peña, Dujovne, Quintana, Aranguren & Co.— es cuidar la vida de sus habitantes, especialmente la vida de los débiles, los pequeños, los pobres y marginados, los enfermos y los ancianos abandonados… En esta Argentina bicentenaria no sobra nadie, todos somos importantes… Para Dios no hay excluidos”.

Concluido el oficio, Macri saludó a la nada y subió a una combie que cubrió la distancia entre la Catedral y el helipuerto de la Rosada. Con el circo a su disposición, el jefe de gabinete Marcos Peña Braun enfrentó las cámaras y dijo que estaba bien que la oposición se manifestase, pero se distanció de esa clase de actos porque —afirmó— “nosotros no queremos escenificaciones”. De este modo demostró que considera que su administración tiene resto; después de todo, si Temer gobierna Brasil con un 3% de aprobación popular pero con el sostén del grueso del establishment, a Cambiemos todavía le quedaría algo de soga. Pero en simultáneo, y de forma quizás involuntaria, probó también que en la Wayside Elementary School de Potomac, Maryland (donde cursó la primaria), ni en el Champagnat ni en el San Tarsicio tienen gran estima por Esopo en general, y por la fábula La zorra y las uvas en particular. O quizás sea tan sólo cuestión de cálculos: en el caso eventual de que algún día quisiesen una “escenificación” como la que tuvo lugar más tarde sobre la Nueve de Julio, Cambiemos debería pagar, para obtenerla, una porción sustancial de lo que espera conseguir de los bolsillos del FMI.

Casi a la misma hora, a pocos kilómetros de distancia, la policía detenía a Julio Lozano, de 84 años, por pintar una leyenda sobre una pared ya garabateada. Los oficiales lo condujeron a la comisaría 13, que queda en la avenida Avellaneda al 1500. Lo que Lozano alcanzó a escribir fue una variación sobre una invectiva sarmientina: Miserables roban a los jubilados y maestros. El nombre de aquellos a los que acusaba quedó inconcluso, debido a la intervención de la ley: pescado in fragrante delicto, Lozano sólo alcanzó a escribir Macri – Larr.

Kiss of death

¿Qué hacía ahí esa gente, llenando de bote a bote la avenida que nos gusta creer la más ancha de todas? Escuché a más de unx confesarse votante de Cambiemos, finalmente arrepentidx; sumaban sus cuitas a las de tantas pancartas caseras. ¿Cuál había sido, a fin de cuentas, la causa que sacó de sus casas a gente de layas e intereses tan distintos, y en un feriado que podía dedicarse a la holganza?

Un elemento común a (casi) todos ellos es su desconocimiento de las entrañas de la economía. Lo que unifica a la fauna que mencionaba al comienzo es que no entienden —no entendemos— nada de swaps, de la FED, de LEBACs, de encajes ni de tasas. Pero hay algo que además nos galvaniza, más allá de nuestras diferencias. A aquellos que tenemos ya cierta edad, y por ende kilometraje en las rutas de este país, nos basta la mención del significante de tantas de nuestras desgracias —la sigla Efe Eme I, Fondo Monetario Internacional— para ponernos en guardia como si sonase la campana y alguien nos empujase al centro del ring.

No se trata de un gesto de conciencia preclara. La mayoría de nosotros ignora que, cuando en 1946 se hizo cargo del gobierno, la primera visita que recibió Perón fue la del presidente del FMI. Perón intuyó que “se trataba de un nuevo engendro putativo del imperialismo” y desarrolló una política de desendeudamiento. Hasta que lo bajaron, claro. Una de las primeras decisiones de la “Revolución Libertadora” fue incorporarse al FMI. Al finalizar esta dictadura, Argentina se encontraba en default y la deuda externa había crecido.

Illia se quejó ya en 1964 de las imposiciones del FMI. Con Frondizi en el gobierno, el ministro de Hacienda Álvaro Alsogaray aumentó tarifas y viajó a los Estados Unidos para acordar la llegada del general Thomas Larkin. El Plan Larkin planteó a las autoridades argentinas el abandono el 32 % de las vías férreas existentes y el despido de 70.000 empleados ferroviarios. Como respuesta a la huelga planteada por el gremio, Frondizi —que había llegado a ser electo gracias a la proscripción del peronismo— aplicó la ley marcial y usó a los militares en funciones policiales, para que persiguiesen, arrestasen y torturasen trabajadores bajo el paraguas legal del Plan CONINTES (Conmoción Interna del Estado). (¿No suena esto idéntico a lo que Temer está haciendo en Brasil, con la excusa de meter en caja la protesta de los camioneros?)

Alsogaray suscribió entonces un acuerdo Stand-By con el FMI, que supuso la reducción a cero de los derechos de importación, el incremento de los impuestos sobre el consumo y de las tarifas de los servicios públicos. Se redujeron las retenciones a las exportaciones tradicionales y se achicó el gasto y la inversión pública. El dólar subió a su récord histórico. La disminución de la actividad económica contrajo la base tributaria, por lo que el déficit estatal no se redujo sino que aumentó. (Nuevamente: ¿les suenan conocidas estas medidas?)

Según Aldo Ferrer, “esa estrategia pretendió desarticular al movimiento obrero, reinstalar los mecanismos de poder económico y la distribución vigentes antes del peronismo y asentar a la economía en una marco de dependencia, nuevamente, en el sector agropecuario exportador y en los grupos comerciales y financieros ligados a ellos”.

Durante la dictadura de los ’70, el ministro Martínez de Hoz privatizó empresas estatales, pidió préstamos a destajo —en 1976 teníamos una deuda externa de 7.000 millones de dólares, pero al caer el régimen la deuda era de 42.000— y puso en marcha la bicicleta financiera: sus amigos y socios pedían créditos al exterior, cambiaban las divisas ingresadas al tipo de cambio vigente (sobrevaluado), colocaban ese dinero en el mercado financiero local (plazos fijos a altas tasas de interés) y reconvertían esos pesos nuevamente en divisas, obteniendo ganancias inéditas en cualquier lugar del mundo. A diferencia de otros países de la región, que usaron el endeudamiento para industrializarse, acá el crédito sirvió para fines especulativos.

En 1982, el entonces presidente del Banco Central, Domingo Cavallo (¡con qué facilidad olvidamos que fue un funcionario esencial de la dictadura!), estatizó 17.000 millones de dólares de deuda de empresas como Alpargatas S.A., Grupo Macri, Banco Francés del Río de la Plata, Banco de Galicia, Bunge y Born S.A., Grafa S.A., Molinos Río de la Plata, Loma Negra S.A, Ledesma,, Pérez Companc S.A., ACINDAR S.A. e Ingenio Ledesma, que pasaron a ser deuda pública.

En el último año de gestión de Alfonsín, el ministro Sourrouille y el titular del Banco Central, José Luis Machinea, accedieron a nuevo financiamiento internacional pero no frenaron la hiperinflación. Menem recurrió nuevamente a Cavallo, que elevó la deuda externa a 144.600 millones a fines de 1999. Y, al verse en aprietos por culpa de la convertibilidad, De la Rúa convocó nuevamente al padre de la criatura: Domingo Cavallo —el último de los Alsogaray—, que hizo todo lo que el FMI exigía sin contentar a sus fiscales. En diciembre de 2001, el FMI cerró la canilla y nos negó financiamiento ulterior.

Casi ninguno de nosotros recuerda estos datos, aun cuando están apenas a un par de clics de distancia. Es que no los necesitamos: nuestros cuerpo no olvidan la incertidumbre, las quiebras, la desocupación, el desliz hacia el fondo de la escala social, la imagen de la gente saqueando mercaditos, disputándose huesos con restos de carne o corriendo carreras sobre la basura para esculcarla antes que sus competidores. El Indio Solari dice que el trauma que supone una crisis económica no es menor al que supone sobrevivir a una guerra o perder a la familia. Siguiendo ese razonamiento: ¿podría explicarse nuestra conducta enceguecida, incapaz de reconocer los peligros que se desplegaban ante nuestras narices —los peligros que, por ejemplo, se desprendían inevitablemente de la elevación a la primera magistratura de Don Gato y su Pandilla—, como una consecuencia del Transtorno por Estrés Postraumático?

Toda esa gente que se había reunido allí no se había movilizado tanto por amor, como por espanto. Durante dos años y medio la administración Macri apeló al cuento de la pesada herencia —a pesar de que los Kirchner nos desendeudaron casi tanto como Perón—, al natural optimismo del pueblo que esperaba un cambio positivo y a la manipulación de la información; así como, en tiempos de ignorancia, se suponía que una sangría podía curar a un enfermo, en estos tiempos de confusión económica muchos asumieron que un sufrimiento podía ser la antesala de una mejora. Pero, envalentonados, los PRO Boys incurrieron en un error de cálculo: para la mayoría del pueblo argentino, el FMI nunca es la antesala de mejoras sino —simplemente— el beso de la muerte.

El tesoro de los inocentes

Un jubilado se enfrenta a la cámara y dice, de modo inapelable: “No han tomado una sola medida, UNA SOLA, a favor del pueblo”. A esa hora, la palabra Obelisco ya es trending topic. Un par de chicos se ríen ante la tapa de la revista Barcelona, donde Parés dibujó a Macri, Dujovne y Caputo como patriotas de 1810 encima del título: ¡VIVA LA DEVALUACIÓN DE MAYO! Alguien recuerda que se cumplen seis meses del asesinato por la espalda de Rafa Nahuel. A falta de catedral propia, una pareja mayor alza la vista a la Eva monumental del Ministerio de Bienestar Social y le dice: “Aquí estamos. ¡Ayudanos, Capitana!”, sin consideración alguna por aquellos que tenemos la lágrima fácil.

En las inmediaciones del escenario, el actor Arturo Bonín interpreta la masividad que desbordó las mejores expectativas —no hay que olvidar este dato, que es fundamental: toda esa gente se convocó sola, a pesar del silencio ensordecedor de los grandes medios—, mencionando otro error de cálculo del stud PRO: “Se la agarraron mucho con lo simbólico — la cultura, la educación, los viejos”. Cuando la gente lo ve llegar, viva a Horacio Verbitsky, director de El Cohete A La Luna, como si fuese un rock star y lo alza —literalmente— en brazos. Poco después, con los ojos todavía húmedos, contempla la peregrinación digna de la Meca y repite, incrédulo: “No puede ser, no puede ser”.

Pero es. Desde el escenario, alguien tira una cifra: un millón y medio de personas. Puede que sea inexacta, pero lo indiscutible es que se siente como si fuese un millón y medio. Una escenificación autogestionada a puro deseo y convicción. 

Desde el escenario, La Chicana hace su show y lee la letra de una de las canciones que han de interpretar: El tesoro de los inocentes del Indio Solari, esa que dice si no hay amor, que no haya nada — no vas e regatear.

La parte que los chicanos eligen leer es la que define la actitud esencial de nuestros verdugos: Juegan a primero yo, y después a también yo, y a las migas para mí.

A los doce minutos de la cuatro de la tarde, los parlantes reproducen los primeros acordes del Himno. Es la segunda vez que resuena en el día. Primero fue en la Catedral, con las cámaras concentrándose en los labios tentativos del Presidente. Ahora es otra cosa: un rugido, desde la bronca que produce la revelación de que los laureles que habíamos conseguido no eran, como soñábamos, eternos, sino más bien estacionales y dependientes de una nueva siembra. Los aplausos no se han extinguido aún cuando el DJ Pueblo pega otra canción de modo espontáneo: el Hit del Verano. Mi hijo más pequeño está encima de mis hombros, y por lo tanto fuera de cuadro, pero no necesito verlo para saber que agita su bracito como si cortase troncos a golpes de karate. Mientras se desconcentra, la gente coincide en el reclamo por un paro general.

A esa altura da la sensación de que hay que afilar el slogan de la convocatoria, ese que decía que la Patria está en peligro. La Patria está jodida, sí. Pero después de contrastar las dos postales del día —los cuatro gatos locos (je) que avanzaron hacia la Catedral como quien llega a pompas fúnebres, la marea de gente que aun hecha bolsa se prestó a la alegría que derivaba de la comunión—, la sensación es otra. Puede que los cuatro gatos locos tengan más guita que todos nosotros juntos, pero la patria no codicia sus besos sino los nuestros. Porque no son besos de muerte, como los del FMI, sino besos de vida.

Al menos en esta arena, galán mata billetera.

Fuente: El cohete a la luna. Link. Imagen: quedigital.com.ar.

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