Por: Carlos Almenara

Como cuando encontraron el yeite de Nisman, el complot oligárquico está cebado. Con Nisman tenían que insinuar culpas de Cristina en un asesinato que no existió. Ahora, con los “bolsos” y la plata en la financiera, verificaron lo que venían trabajando. La acusación, el estigma, debe “materializarse”. Se debe encontrar un ícono que pueda catalizar el odio que construyen día por día Clarín y el resto de los medios genocidas.

Millones en Panamá, avezados jugadores de la evasión, 40 años de coimear funcionarios públicos se convierten en abstracciones. Mucho más cuando hay blindaje mediático.

Un dragón es material, icónico. Es el objeto que concentra el universo de significados que construyen hace ocho años. Te llenan de odio contra supuestos fastos de la corrupción, pero no pueden probar la corrupción. No importa, ya tienen el símbolo. Una construcción emocional. Porque lo racional es que si hay un gobierno rebozante de corrupción, como no conoció la Argentina, es el de Macri. A la luz pública los funcionarios contratan con sus empresas, operan fundaciones que no están inscriptas o tienen su dinero en paraísos fiscales. Sin mencionar las operaciones de deuda externa o transferencia a los sojeros.

Por eso ni vos ni el 95% de los argentinos sabemos de qué juega el dragón. No sabemos qué se investiga, no sabemos casi nada. Sí sabemos que hay un dragón y que se acusa gente vinculada al gobierno anterior. Lo que quiere Magnetto. El odio ya lo metieron. Aunque el dragón sea un dragón.

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