Desde la psicología Ailin Miranda Elstein realiza un imperdible análisis de una nota de MDZ. Las conclusiones valen para buena parte de la comunicación de ese y otros medios.

Medios que envenenan

Por: Ailin Miranda Elstein

No es ninguna novedad que el acceso a un periódico trascienda el papel. Con sólo hacer un “click” podemos informarnos de los títulos y contenidos de cualquier diario, podría incluso decirse que sus versiones digitales son mucho más concurridas que las impresas.

Este fenómeno trae consigo una particularidad del todo imposible cuando sólo contábamos con un montón de hojas en mano: la posibilidad de comentar todas y cada una de las notas en el mismo periódico. Nos convertimos, entonces, en actores activos de esas noticias, participes con nombre y apellido que las retrucan, las completan, las discuten y las comparten. Qué maravilloso sería, ¿no?

La realidad es, tal vez, un poco menos elegante. Los comentarios al pie se convierten no en espacios de debate y discusión, sino en trincheras destinadas a la descalificación y el insulto desmedido. Esto, evidentemente, fomentado por la propia nota (es decir, el periodista que la redactó y el diario que la publicó), que nunca pierde oportunidad de dar el empujoncito con títulos y contenidos sugerentes que invitan a los lobos a desmembrar lo que quede del cuerpo, si es que algo queda.

No quisiera que esto fueran sólo palabras, por lo que me parece oportuno dar un ejemplo: el 12 de noviembre de este año, la periodista Jimena Catalá publicó en el diario MDZ Online una nota titulada “Cartel en mano y solito mi alma: no se puede rifar el país”.

La misma trata sobre un hombre que, acompañado por un gran cartel, se manifestó frente a la Legislatura en contra de Mauricio Macri. Ante un primer vistazo, uno no sería capaz de notar nada extraño en la nota; sin embargo, agudizando el ojo el sarcasmo no tarda en aparecer: se vuelve evidente la intención de recrear un sujeto aislado, “solito mi alma”, cuya única compañía es un cartel generado por él mismo. Es decir, un hombre que no representa a nadie, sin convocatoria alguna, que sonríe ante los agravios. Un “bufón” carne de periodismo mediocre.

Esto se torna más que evidente en las notas al pie. Las hienas no tardan en acudir a darle el remate final al “bufón”. Y cada comentario, es un poco más de leña para el fuego: el “choriplanero”, el “choborra”, el mantenido por un plan, el “pobre hombre, seguro que le tiraron unos mangos para que esté con ese cartel”. ¿Las convicciones? No, no son nombradas en ningún lado. Por lo menos, no las de este hombre, porque en el caso de los “comentaristas”, brotan por sus poros: se torna sumamente necesario que para mantener ese discurso denostador y descalificativo la convicción sea la falta de convicciones. A cada uno de estos individuos los une la creencia de que el sujeto “otro” esconde detrás de todo discurso político contrario al propio el interés mediocre de un plan, de un subsidio, de unos “manguitos”; todo ello, claro está, habilitado por una profunda ignorancia que, evidentemente, ellos advierten y superan superlativamente.

Toda identidad de grupo gira en torno a creencias comunes, algunas propias, otras introyectadas desde lo ajeno para poder pertenecer a esa masa. Estos grupos son, a su vez, carne de medios de comunicación, que envenenados y carcomidos por la caja tonta, se apropian de la “corrupción”, los “vagos” y el odio como los elementos que los une. Y no importa qué tan acordes con la realidad sean tales elementos, ni qué tanto daño hagan a otros sujetos, pues en tanto lo dicen muchos (y lo más importante, lo dicen los medios), se transforma verdad; en tanto sea verdad, es un deber que sea dicho. Y listo.

Unidos por la convicción de que nadie que defienda este modelo de país lo hace por convicciones, sino por intereses de lo más burdos, echan espuma por la boca cada vez que alguien levanta una bandera con una estela de ideas contundentes, pues tales ideas ponen en jaque a sus propias creencias; así se torna indispensable rebajarlas al nivel de intereses vulgares y simplistas. Qué tanto más fácil se torna el agravio cuando estamos todos de acuerdo en que aquél al que atacamos es un peón marginal mantenido por un estado corrupto y nada más que eso.

Si hay algo que la derecha tiene claro, es que no hay nada más vulnerable que un hombre sin convicciones ni capacidad crítica. Y no hay nada más poderoso que una masa que cumpla esas características.

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