Carlos Almenara

Mucho se ha discutido estos últimos días sobre la posibilidad de que Máximo Kirchner sea candidato en las próximas elecciones. Se lo menciona insistentemente como Diputado por la provincia de Buenos Aires y hay encuestas que lo ubican con un buen piso electoral, cercano al 28 %.

Se destacó su tarea en la conducción de La Cámpora, sus intervenciones públicas y su calidad de cuadro político, atributos que lo alejan de aquella caricatura de “jugador de PlayStation” que quisieron hacer los medios hegemónicos.

Ciertamente, Máximo tiene cualidades importantes para asumir una candidatura como cualquiera de esos hechos confirma. Conducir la organización política de mayor desarrollo territorial en el país, su discurso ante 40.000 personas en Argentinos Juniors o el resto de sus intervenciones públicas valida esas condiciones.

Pero no es esto lo que pone locos a los medios hegemónicos. No es un diputado más entre 257.

Lo que Máximo representa y la razón que da inconmensurable potencia a su aún eventual candidatura no es ni siquiera la intención de voto que pueda tener. Máximo Kirchner es, principalmente, un punto de confluencia del heterogéneo kirchnerismo. Máximo es una síntesis que augura la continuidad de la fuerza política más potente de la Argentina. Que a veces tiene más votos y a veces menos pero que con la homogeneidad de su proyecto político ha impedido el retorno a la Casa Rosada del establishment que casi siempre gobernó.

Ellos son siempre los primeros en percibir sus riesgos. Es casi una fórmula matemática: quienes son atacados por Clarín y La Nación son una esperanza para las mayorías populares. Es el caso de Máximo Kirchner y no por el resultado puntual en una elección.

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