Por Fernando Bogado para Página12

Era argentino y fundó la Escuela de Frankfurt, lo que significa que puso la plata para que pudiera empezar a funcionar el primer instituto de marxismo de Europa. Eso sólo bastaría para distinguir la figura de Félix Weil, pero no fue todo: también financió El acorazado Potemkin, escribió un libro sobre el enigma de la economía argentina y logró que su padre, un negociante de cereales ligado con las altas finanzas, terminara por apoyar su causa revolucionaria. Mario Rapoport escribió Bolchevique de salón, una extraordinaria biografía dedicada a un personaje que venía siendo redescubierto y que ahora tiene un merecido libro que le sigue el rastro.

Uno de los principales hitos de la filosofía del siglo XX es, sin lugar a dudas, la aparición y desarrollo del Instituto de Investigación Social de la Universidad de Frankfurt, mejor conocido como Escuela de Frankfurt, un espacio concebido para el pensamiento marxista que tuvo en su haber a intelectuales de la talla de Herbert Marcuse, Max Horkheimer y Theodor Adorno. Pocas veces, sin embargo, los historiadores y filósofos que se concentraron en los avatares de la institución han retomado la historia de su fundador, Félix Weil, nacido en la Argentina en 1898 y fallecido en los Estados Unidos en 1975, un intelectual marxista que provenía de una familia acaudalada que había forjado su fortuna en Buenos Aires, a través del comercio de granos y cereales producidos en nuestras pampas e importados al mercado europeo. El propio Weil era, estrictamente, argentino, criado en su primera infancia en el ambiente de una Buenos Aires que estaba pasando de la “Gran Aldea” a la metrópoli, pero que aun así conservaba serias contradicciones en su desarrollo, algo que Weil retrataría en uno de sus textos más importantes, editado en castellano hace muy poco tiempo por la Biblioteca Nacional: El enigma argentino, un libro que repasa gran parte de la historia argentina hasta 1940 para establecer la compleja dicotomía entre el imperioso desarrollo industrial y la persistencia de las formas económicas ligadas al modelo agroexportador, en un análisis que combina lo económico con lo histórico y lo político.

La vida de Félix Weil, sin embargo, no se agota en este breve repaso de logros intelectuales y de mecenazgo filosófico. Testigo de un momento de la historia, pero también activo partícipe y pieza clave para entender el desarrollo de las comunidades judío-alemanas en nuestro país, Félix (y, por extensión, la familia Weil) es mirado y recorrido desde diferentes puntos de vista en Bolchevique de salón, último libro de Mario Rapoport, profesor de la Universidad de Buenos Aires y director del Instituto de Estudios Históricos, Económicos, Sociales e Internacionales (Conicet-UBA), radicado en la Facultad de Ciencias Económicas. El libro reúne, en alguna medida, la misma metodología de Weil: sin abstraer el punto de vista económico para convertirlo en un mero reservorio de fórmulas que no dicen nada, parte de un análisis que cruza ese eje, pero que muchas veces termina en lo político y en lo histórico, sobre todo en la forma de lo biográfico y hasta de lo anecdótico. En una lectura “frankfurtiana”, el libro por momentos se demora en la anécdota, como si allí, en germen, estuvieran todos los datos que un análisis un poco más certero puede desplegar y mostrar. “Me han dicho varios que éste es un material que se puede llevar perfectamente al cine”, señala Rapoport, sentado en una de las mesas del instituto que dirige y abriendo con cautela pero sin pausa las páginas de ese personaje que lo ha conmovido y fascinado desde antes de que supiera que había sido el fundador de la Escuela de Frankfurt. “Parece una película, porque a través de esta figura transcurre prácticamente gran parte de la historia política, tanto de la Argentina como del resto del mundo. Es algo así como Hobsbawm, que hizo su Historia del siglo XX, y después escribió Años interesantes, que es su vida en el siglo XX, y Años interesantes es mucho más interesante que su Historia del siglo XX. Lo que pasa es que a través de una figura se ve mejor la cosa. Me parece que este libro sigue el mismo camino que Años interesantes: una biografía novelada que traza la historia casi de un siglo, porque no nos olvidemos de que empieza a fines del siglo XIX, en la Argentina finisecular, y culmina en los años ’70 del siglo XX, cuando muere el personaje. El segundo personaje, porque incluso son dos personajes en la historia: el padre y el hijo.”

PADRE E HIJO

La primera figura que sobresale en el texto es la de Hermann Weil, el padre de Félix, un hombre que llega como un joven y notable emprendedor a nuestros pagos y que, en muy poco tiempo, amasa una fortuna producida en parte por las ventajas diferenciales de nuestro país pero, también, por la notable astucia para los negocios que ya había sido reconocida en su patria. Oriundo de Steinsfurt, en Baden, Alemania, pasa a Mannheim, el centro de circulación de granos en Europa, y de ahí es enviado por la empresa que lo contrató, Danon, a la Argentina, con apenas 20 años, en 1888. El objetivo era lograr una diferencia en la especulación financiera con un agente tan astuto en suelo americano, pero la empresa funde y Hermann consigue comprar los restos de esa organización, fundando así la empresa Weil Hermanos & Cía. (la cual junto con Bunge & Born constituyen las dos corporaciones exportadoras más importantes del país). Agrega Rapoport: “Esa primera parte del libro retrata la construcción del comercio de granos en el país, una parte también despiadada que recupera la manera en que se entablaban relaciones desiguales entre los agricultores, los arrendatarios y las maniobras especulativas de distinto tipo, que son las que permiten explicar la renta agraria argentina como consecuencia de la diferencia de productividad en el campo con relación a Europa. Después, los tipos trabajan en combinación y trataban de esquilmar como podían a los agricultores, porque ellos tenían los elevadores de granos y tenían los elementos para financiarlos, entre muchas otras estratagemas y prácticas del estilo. Lo más interesante es el contrapunto entre el padre y el hijo: el padre estaba en ese juego, había hecho su fortuna a partir de su trabajo y de la especulación del comercio de granos de esa época. Y el hijo estaba en contra de estos grandes comerciantes: él dice que en realidad son todos unos estafadores, y critica a su vez las distintas acciones que llevan adelante para apoderarse del surplus de los trabajadores, por ejemplo, a través de la fijación de precios de las cosechas entre ellos, jugando a la suba o a la baja para pagar menos o para vender las cosechas a mayor precio”.

MARX ES ARGENTINO

En 1898, año de la fundación de Weil Hermanos & Cía., nace Félix, hijo de un millonario, con todas las comodidades de un “señorito rico”. Mudado a Alemania después de esa primera infancia en Buenos Aires con el objetivo de que termine los estudios secundarios y universitarios, Félix comienza a desarrollar una perspectiva de los hechos que se alejan de los valores ideológicos de la clase a la que, enemistado o no, pertenecía. Como parte de la juventud entusiasta que esperaba la llegada de la república luego de la abdicación del Káiser y el fin de la Primera Guerra Mundial, se volcó pronto a una línea de pensamiento socialista que terminará, en los primeros años de la década del ’20, en la fundación del Instituto de Investigación Social de la Universidad de Frankfurt. Rapoport ahonda en estos datos sin dejar de ver la profunda conexión que hay entre las contradicciones de Hermann y las del propio Félix: “Esas mismas contradicciones van a pasar a su hijo, que se hace marxista revolucionario viniendo de un lugar de privilegio. El padre, un gran burgués, termina apoyándolo, poniendo dinero para la fundación del instituto que su hijo planeaba. Los autores que trabajan el tema se han preguntado el porqué de este apoyo: muchos dicen que la razón radica en la necesidad de estudiar el antisemitismo, pero no es así, yo creo que pudo haber sido la influencia del hijo que lo cuidaba y que la enfermedad del padre (una avanzada sífilis) pudo hacerlo más dependiente del hijo. Otros dicen que Hermann estaba buscando hacer negocios cerealeros con la Unión Soviética. Sea como fuere, Félix convoca a dos amigos de su formación universitaria, Friedrich Pollock y Max Horkheimer (aunque éste no fuera tan cercano), para llevar adelante el proyecto. Es el primer instituto de marxismo en toda Europa, por algo Weil se compara un poco a Engels”.

Félix combina estos intereses por la causa revolucionaria con una vida de fiestas bien en el tono de los llamados “años locos” de la entreguerra, con celebraciones que recuerdan al imaginario del cabaret de la época: hombres vestidos de mujeres, mujeres de hombres, alcohol, música, una verdadera fiesta que rivaliza, según Rapoport, con la idea del París de Hemingway. Así se granjea el título de “bolchevique de salón”, aunque el propio autor de este libro considera que tal mote no es del todo justo, ya que no solamente ponía el dinero para que los demás hagan las cosas sino que él también participaba y las hacía. Además de apoyar estas cuestiones más académicas y filosóficas, se volcó también al mecenazgo de diversos artistas. Señala Rapoport que “financió al pintor George Grosz, del que se hace amigo; le financió al filósofo Karl Korsch durante unos años su mantenimiento, y financió también el teatro de Erwin Piscator, otro de los grandes nombres del teatro revolucionario junto con Bertolt Brecht. Logró financiar también El acorazado Potemkin, film que compró y luego editó, agregando diálogos en alemán e, incluso, música de orquesta, además de ser uno de los grandes responsables de su distribución en Europa, y solventó el funcionamiento de una de las editoriales más notables del ambiente alemán: la Editorial Malik”. Y a todo este alboroto hay que sumarle el hecho de que nunca abandonó su preocupación crucial: la Argentina.

EL AMIGO DE PINEDO

Félix vuelve al país en 1931 como un empresario, con la idea de escapar del nazismo, aunque Weil Hermanos & Cía. estaba ya condenada a la quiebra. Aquí retoma las investigaciones dedicadas al país (ya había sido responsable de una investigación pionera del movimiento obrero local en 1920, trabajo nunca publicado en castellano) y comienza a vincularse con la política local. “Vuelve acá y trabaja con el gobierno de Justo, era amigo de Federico Pinedo, y él piensa que lo máximo que se puede hacer en la Argentina por el desa-rrollo del socialismo es el impuesto a los réditos, así que se pone a trabajar en eso. Difunde el impuesto a los réditos y difunde también las formas de intervención del Estado en la economía. Participa de muchas polémicas, tiene discusiones muy fuertes con Lisandro de la Torre, por ejemplo, quien decía que la Unión Soviética y la Alemania nazi eran lo mismo.”

Su estadía durará hasta 1935, año en que viaja a Estados Unidos acompañando el periplo de la Escuela de Frankfurt en el territorio norteamericano luego del definitivo ascenso del nazismo, habiendo considerado la posibilidad de mover el instituto a la Universidad de La Plata, en la Argentina. Fruto de sus años pasados en estas pampas y de sus estudios sobre la historia política y económica local es El enigma argentino (Argentine Riddle), editado en Nueva York en 1944. Para Rapoport, el libro es un texto fundamental, ya que “toma todo el conjunto de la historia argentina hasta los años ’40. Por un lado es un gran análisis de coyuntura, de la llegada de los militares, y por otro lado es un estudio que combina lo económico, lo histórico y lo político, cosa infrecuente en autores de este tipo. Es una cosa que siempre me llamó poderosamente la atención. Por ejemplo, tiene un capítulo dedicado a estudiar la lucha entre los estancieros y la industrialización, o sea, tiene un capítulo en contra de los estancieros, justo él, comerciante de granos. También está defendiendo la mejora en las condiciones de vida de la clase trabajadora. Lo que él hace es una presemblanza del peronismo, y sin embargo después es profundamente antiperonista. Curiosamente en el libro, escrito al fragor del golpe de 1943, él no dice que Perón sea nazi. Recién hace ese cambio en artículos posteriores a 1945. El libro es curioso porque hace ese análisis en donde el golpe de Estado en realidad está reemplazando a los estancieros, quienes, para no quedarse con nada, usan a los militares como un elemento de poder para que la industrialización no se les vaya de las manos y volver así a un esquema agroexportador, cosa que es imposible”.

Félix Weil es, sin lugar a dudas, una personalidad interesante, él mismo un enigma, en algún sentido, no sólo por el radical cambio ideológico que personifica, considerando su pertenencia de clase, sino también por las muchas oposiciones sin ningún tipo de resolución que representa. Pero son esas contradicciones, después de todo, las que permiten entender la manera en que Weil vivió profundamente su tiempo. “Traté de hacer un libro que funcione como una especie de novela, manejándolo literariamente, algo que iba más allá de lo económico, lo político y lo social”, comenta Rapoport. “Mi visión de las cosas es ésa, unir todos esos elementos, mostrar ésta realidad compleja, mostrar a un personaje atormentado, alguien que se consideraba fracasado en sus intentos. Como se dijo en la presentación del libro –y suscribo–: ‘Ojalá todos podamos fracasar como él’.”

Fuente: Página 12

Mario Rapoport es Doctor en Historia, Licenciado en Economía Política, Director de Instituto de Estudios Históricos, Económicos, Sociales e Internacionales (IDEHESI). CONICET-UBA, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Buenos Aires.

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