Por: Alejandro Horowicz

Tarde para llorar. Demasiado terrible para reír. Sencillo para entender. La victoria electoral habilita una política de shock instantáneo, y el equipo amarillo lo está descargando sin anestesia. Mientras la sociedad de los discursos se prepara para “evaluar”  responsabilidades, intentando explicar si el sogazo recesivo es producto de la política de Cristina Fernández, de su “relato” y “mala praxis”, las declaraciones del futuro gabinete económico ya produjeron una intempestiva suba de precios.

Para Clarín el impacto oscila entre el 10 y el 40 por ciento, según constató en las góndolas del supermercado. La bolsa de harina de 50 kilos pasó de 140 a 220 pesos, y se espera que en el transcurso de la semana llegue a 240. Es decir, un incremento superior al 70 por ciento. No estoy diciendo que todos los precios se mueven a la misma velocidad, pero como decía mi abuelita “para marcar tendencia, sobran”.

Por si alguien todavía se resiste a entender, por si las “diferencias” todavía no resultaran suficientes, Marcos Peña –futuro jefe de gabinete nacional– lo dice con el tono con que se cuenta una travesura: “Va a ser impresionante. Los diarios no van a saber que información poner primero en la tapa”. Será preciso admitir que el funcionario no hace otra cosa que “adelantar” el sentido de las medidas. La revolución de la alegría comenzó, y lo que para unos suena a música sinfónica para los demás tendrá otro sabor. El miedo que espoleó a un segmento de la sociedad para intentar frenar el huracán amarillo abandona su carácter fantasmático,  los derrotados se terminaran haciendo cargo del precio de la debacle. Esto es, cuando la diferencia electoral se transforma en paliza social.

Cómo queda el salario de bolsillo

Recibir mercadería no es nada fácil. La morosidad o un despacho menor al solicitado son la norma imperante.  ¿La incertidumbre? Cuál será próximo nivel de precios, tras las medidas impulsadas por el gabinete económico de Mauricio Macri. Esa reacción defensiva, no entregar mercadería, también se observa en los supermercados. Los productos incluidos en el Programa Precios Cuidados mantienen nominalmente los valores acordados con la Secretaría de Comercio, con faltantes de hasta un 50 por ciento en las góndolas. Ese es el primer sacudón.

Macri quebró la tendencia decreciente de los precios. Kantar Worldpanel, consultora mundial sobre comportamiento de los consumidores, indicó que “en el primer trimestre el alza de precios para la canasta básica fue de un 32 %” para la Argentina. En el tercer trimestre la cifra descendió “al  25%” según el mismo estudio. Es decir, los precios se retrotrajeron 7 puntos porcentuales. Para el oficialismo se trataba de morigerar el consumo, que una menor demanda solvente aplacara la suba de los precios. Y así terminó sucediendo. Dicho con sencillez, desacelerar el consumo popular sin producir una brutal transferencia de ingresos. No es esa exactamente la estrategia amarilla.

La consultora de Miguel Bein explica que “luego de un año en que la inflación se ubicaba en la zona de 1,6 por ciento mensual promedio, los datos de noviembre apuntan a 3,0 por ciento”, sin arriesgarse a anticipar el índice de diciembre. En medio del impacto del propiciado ajuste cambiario, de la remarcación de precios que lo anticipa, este dato solo serviría para alentar subas superiores. Algo resulta obvio: la tasa anual de inflación se duplicará. Y la mayoría electoral que votó por la estabilidad, la previsibilidad y la república tendrá que compaginar las fórmulas del marketing electoral con las patéticas miserabilidades cotidianas. Bein calcula, sin temor a equivocarse, un fuerte retroceso del salario real. Y llama la atención que los sindicatos que negociaron el nombre del ministro de trabajo, no solicitaran el pago de un bono fijo antes de las próximas paritarias. Es el instrumento con que los dirigentes sindicales salvan la cara frente a las bases, ya que se trata de un pago a cuenta de futuras correcciones salariales. Esta significativa ausencia recuerda el principal miedo de los argentinos: perder el empleo. De modo que si la caída del salario no fuera acompañada por el despido, buena parte de los trabajadores aceptaría la amarga medicina. Eso es lo que aprendieron de los 90.

Los más optimistas entre los consultores creen que en el mejor de los casos, tras las paritarias del año próximo, los trabajadores sufrirán  una pérdida de 12 puntos porcentuales. No me cuento entre los integrantes de tan distinguido pelotón. Un dato estructural gobierna mi razonamiento: en 1974 – año de la mejor distribución del ingreso nacional para los trabajadores – el salario recibía el 48 % del ingreso nacional. Ocho años más tarde, cuando el general Bignone accedía a su accidentada “presidencia”, la repartija era bien otra: sólo el 22 por ciento del ingreso nacional iba a parar al bolsillo de los asalariados, al tiempo que el número de trabajadores había decrecido sensiblemente, y el producto bruto industrial per cápita acompañaba semejante retroceso general. Es evidente que la distribución del ingreso actual no es la del 74. De modo que si hicieron falta ocho años para reducirlo brutalmente con un shock de precios, una megadevaluación, salarios estancados y menores niveles de producción, alcanzar ese objetivo a mayor velocidad sería factible.

Eso si, el fin del cepo tranquilizará a los compradores de dólares, a los que fugan y a los que ahorran.  Y como el Banco Central no venderá el precio de la divisa norteamericana será fijado unilateralmente por los bancos. Satisfacer las “demandas” de los exportadores es uno de los ejes de la nueva política cambiaria. Esa será la paridad de mercado para el dólar hasta que el Central decida intervenir, y recién entonces terminará quedando claro cual es el índice de precios deseado, y la distribución del ingreso que lo acompañará. Ese será a mi ver el segundo sacudón.

Como queda el oficialismo

La alianza amarilla esta en minoría en el Congreso. Tanto en la cámara de Diputados como en la de Senadores para aprobar leyes requiere del acuerdo con la “oposición”. Conviene no sobreestimar esta “debilidad”. En las elecciones de medio tiempo del 2009 el Frente para la Victoria retrocedió electoralmente y se vio obligado a entregar el manejo de comisiones estratégicas a la oposición. Sin embargo, a la hora de la verdad el modelo presidencialista prevaleció. Y lo que sucediera entonces puede repetirse ahora. No sólo porque el presidente cuenta con los famosos Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU),  Macri ya dejó en claro que los utilizará sin culpa, sino porque la idea sobre el carácter unitario del bloque opositor no resiste el análisis de la realidad.

En la última reunión del Congreso el oficialismo para lograr  quórum tuvo que recurrir al apoyo externo. Una parte de su tropa ya se le había retobado. No bien ingresen los nuevos diputados y senadores, un nuevo recuento globular se abrirá paso. Es prudente no adelantarse, pero el sentido común permite saber que los gobernadores peronistas no están interesados en inmolarse. De modo que negociaran con el Ejecutivo, el ministro de interior tiene la palabra, las condiciones de sobrevivencia política. Si logran hacerlo con cierto orden, negociaran todos juntos. En caso contrario, la atomización esta en la naturaleza de las cosas. Y si así fuera la liga de los intendentes terminaría siendo la dirección virtual del debilitado pejotismo.

La pregunta del millón: ¿Qué lugar tendrá Cristina en semejante reordenamiento? La idea que Daniel Scioli es el principal derrotado peca de ingenuidad. La posibilidad de reagrupar a los distintos segmentos del peronismo en una trinchera única no será, en ningún caso, el punto de partida. De modo que una feroz interna, con pases de cuenta públicos, difícilmente pueda evitarse. Nadie acepta la paternidad de una derrota así de densa. Esta no será una excepción. Con un añadido, las víctimas de la crisis reaccionaran. Imposible saber en que proporción. En el 2001 se movieron unas 300.000 personas. Dos hiperinflaciones, 30.000 desaparecidos, y la “democracia de la derrota” marcaban la agenda. Es razonable que la “resistencia” tenga ahora mayor envergadura. Del tamaño del enfrentamiento, de su capacidad para producir reagrupamientos políticos, dependerá en última instancia todo el proceso. Y como ese comportamiento no esta escrito en las estrellas, observarlo será una necesidad que no se salva con ninguna hipótesis. Ese será el tercer y último sacudón.

Fuente: Tiempo Argentino

Imagen: enorsai.com

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