El libro de Pablo Duggan expone la prisión política y extorsión que sufrió Cristóbal López. Se trata del peor ataque a la libertad de prensa de la historia argentina en cualquier gobierno democrático. Fue perpetrado por Macri y por Magnetto.

«La vendetta de Mauricio Macri contra Cristóbal López»

Adelanto de «La persecución», el nuevo libro de Pablo Duggan

Macri

Cristóbal López llegó puntual al encuentro pactado. Manejó por Barrio Parque hasta llegar a Eduardo Costa 3030, la casa de Franco Macri, padre de Mauricio Macri, al momento de esa reunión jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y candidato a presidente. No era un día cualquiera: el 25 de octubre de 2015 se celebraba la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Mauricio Macri competía contra el justicialista Daniel Scioli. 

El candidato de Cambiemos había buscado con insistencia al empresario durante el último mes. Quería encontrarse con él antes de las elecciones. El futuro de Cristóbal López ya estaba escrito en caso de que se convirtiera en Presidente. La relación entre los dos provocó que Macri estuviera dispuesto a darle la chance de esquivar su destino. Los medios de comunicación del Grupo Indalo eran muy importantes para el macrismo, un cambio de línea editorial acompañando el ataque al anterior gobierno era una buena posibilidad de arreglo. Eso le ahorraría a López muchos problemas y fortalecería la estrategia de Macri. 

López no conocía el motivo de la reunión y estaba intrigado. Largas negociaciones entre Miguel de Godoy, secretario de Medios de Comunicación del gobierno de la ciudad de Buenos Aires, y Fabián De Sousa, socio de López, habían dado su fruto. No era la primera vez que se veían. Mauricio Macri se había reunido varias veces con Cristóbal López. No eran amigos, pero tenían una relación típica entre político y empresario. En las reuniones tomaban un café y hablaban del país. Macri siempre manifestaba sus intenciones de ser presidente. A veces participaba Nicolás “Nicky” Caputo.

El encuentro fue a las once de la mañana, Macri estaba exultante. Empezaron charlando sobre sus familias. Ambos tienen algo en común: son millonarios y tienen hijos grandes. Macri le explicó a López cómo había creado una suerte de fideicomiso para financiar a sus hijos y que ellos tuvieran todo lo necesario sin que le pidieran dinero todo el tiempo. Era un mecanismo ingenioso para resolver un problema típico de los millonarios: cómo proveer a sus hijos sin darles todo al mismo tiempo. La conversación giró luego a las elecciones.

–Estamos cabeza a cabeza, Cristóbal. Hoy pierdo por tres puntos, pero gano cómodo la segunda vuelta. Voy a ser el presidente. Vidal hoy gana la provincia –dijo confiado Macri.

–¿Ya lo tenés claro? ¿De dónde es la encuesta? –preguntó intrigado López.

–Es una encuesta de la embajada de los Estados Unidos. Confío plenamente, va a ser así.

López asintió, impresionado:

–Te felicito, entonces.

–Vos, ¿cómo pensás jugar de ahora en más? –preguntó repentinamente Macri.

–¿En qué sentido me lo preguntás? Soy un empresario que apuesta por el país. Tengo mucho invertido y quiero seguir invirtiendo. Quiero crecer y que a mis empresas les vaya bien. Por eso, como buen empresario, soy siempre oficialista. Si vos ganás, te voy a ayudar.

-¿Qué pensás hacer con C5N? –preguntó Macri nervioso.

–¿Cómo qué voy a hacer?

–Sí, ¿vas a ser oficialista o vas a ser opositor?

–Mirá, yo no manejo C5N, lo maneja Fabián. Además, no creo que tengamos mucha injerencia en los periodistas. No tenemos periodistas a los que les podamos bajar línea –explicó López.

–Pero, entonces, ¿es tuyo C5N? –insistió Macri.

–Claro que es mío, mío y de Fabián. El 70 por ciento es mío y el 30 por ciento de Fabián. Yo no soy “palo blanco” de Cristina Kirchner –dijo enérgico López. Vio la cara de Macri y se dio cuenta de que no había entendido la expresión.

–¿Cómo “palo blanco”? –preguntó extrañado Macri.

–Testaferro, “palo blanco”. ¡Que no soy el testaferro de Cristina! Ese cuento no te lo comas. Los medios son nuestros –aclaró López.

–Está bien. Necesito que me digas cómo vas a jugar…

–¿Qué es jugar? ¿Qué querés? Yo soy neutral. Decime…

–Necesito que me acompañes para la segunda vuelta. Y cuando sea presidente, te quiero como un actor importante: hay que hacerla mierda a Cristina, hay que meterla presa –dijo Macri sin vueltas y continuó–: Yo quiero eso, si vos me ayudás no vas a tener problemas y te va a ir bien. Tus empresas van a valer mucho más. Pero, si no me ayudás, no va a haber una relación racional.

Cristóbal se sorprendió:

–Mirá, yo no soy amigo de Cristina, pero lo fui de Néstor. No puedo ayudarte en eso, además creo en el proyecto de Cristina. Ella no es mi socia, ni ninguna de mis empresas es de ella y no tengo nada con qué meterla presa. Lo siento, pero no cuentes conmigo para eso –dijo muy serio López.

Macri lo miró desconfiado, no insistió, no buscó forzarlo. De la nada, apareció un secretario de Macri para avisarle que tenían que irse hacia un asado en donde los estaban esperando. Se saludaron y López se retiró; la reunión duró una hora y quince minutos. Una vez dentro del auto, Macri se tranquilizó, habrá pensado en voz alta: “Yo le di una oportunidad”. Mientras abandonaba la casona de Barrio Parque y caminaba hacia su automóvil, Cristóbal López, según reveló más tarde, pensó para sus adentros: “Acabo de cavarme la fosa”.

Estaba en lo cierto.

Presos

La noticia le llegó a través de su hijo Emiliano. De casualidad, ese 19 de diciembre de 2017 a la tarde estaba en la casa de un amigo muy querido. En su teléfono vio la imagen que le enviaba su hijo, una foto suya en el canal TN con un graph que decía: “Ordenan la detención de Cristóbal López”. Sintió que se moría. No pudo respirar. Se quedó sin aire. Enseguida, se acordó de la muerte de sus padres cuando tenía diecinueve años. Este es el segundo peor día de mi vida, pensó. Sin dudarlo demasiado se despidió como pudo de su amigo. 

Salió a la calle y empezó a caminar sin rumbo hasta que se hizo de noche. No podía pensar, solo caminaba. Estaba en shock. No podía creer lo que ocurría. Se subió a un taxi, no se dio cuenta de lo que le dijo al chofer. En algún momento lo llamó su abogado Carlos Beraldi. No le prestó atención. Alguien más lo llamó para avisarle que había muchos medios en la puerta de su departamento. Decidió comunicarse con otro amigo de toda la vida y arreglar para verse. Se encontraron en un restaurante de Recoleta. Hablaron mucho. López intentó comer pero no pudo. Llamó Beraldi una vez más:

–Cristóbal, se acabó el tiempo, te tenés que entregar –le dijo.

–Por supuesto, cuando vos me digas. ¿Cómo hacemos? –contestó López volviendo a la realidad.

–Arreglé para que te entregues en la sede de Gendarmería de Puerto Madero, ¿te parece bien a las once? –preguntó Beraldi.

–Sí, son las diez. A las once te veo ahí –dijo Cristóbal y cortaron la comunicación.

Una hora después se encontraron en la esquina del edificio de Gendarmería y caminaron juntos hasta la puerta. Entraron y se produjo la entrega. López vio cómo comenzaba un proceso de denigración que nunca imaginó que existiera. El trato de los gendarmes fue respetuoso, pero el trámite era siniestro. Debía acatar todas las órdenes, desnudarse, dejarse revisar, ser esposado, sentarse, pararse y estar siempre en observación. A las tres de la mañana llegó personal del Servicio Penitenciario Federal. De vuelta fue desnudado para ser sometido a una revisión. 

Una hora después, fue trasladado a la Unidad 28, también llamada Centro de Detención Judicial. Se trata de la alcaidía del Palacio de Justicia y está en el subsuelo del gigantesco edificio ubicado en la calle Talcahuano 550. Es uno de los peores sitios para estar detenido. Es el lugar de paso de quienes deben comparecer ante los distintos Tribunales ubicados en el edificio. No está preparado para que los encausados estén más de 24 horas. Es inmundo. Los baños están destruidos; el lugar es sucio y las paredes están roñosas y manchadas con excrementos. Es siniestro. 

López pasó de su lujoso departamento de cuatrocientos metros cuadrados en el edificio más caro de Puerto Madero, a una pequeña celda impregnada de mugre y desechos de cientos de personas detenidas, en tan solo unas horas. Nuevamente fue revisado. A las nueve de la mañana lo subieron a un camión para traslado de presos. A las doce del mediodía, en medio de un calor infernal, llegó a la cárcel de Ezeiza. Fue llevado directamente al Hospital Penitenciario Central –HPC–. Allí tuvo que desnudarse para una nueva revisación. El trato cambió. En el HPC el manejo fue a los gritos: López sentía que lo trataban como a un asesino o un violador. Estuvo tres días detenido en ese lugar. Era horrible. La cama estaba sucia. En el colchón convivían restos de orina y heces. En las paredes se veían los rastros de violentos vómitos. El olor era insoportable. Al lado de la cama, una letrina inmunda y maloliente estaba inundada de cucarachas. “Nunca me voy a enfermar mientras esté preso acá; este lugar no es un hospital, es un infierno”, pensó. 

El HPC comparte edificio con el programa Prisma, el hospital psiquiátrico de la cárcel de Ezeiza. Durante la noche los gritos eran desgarradores. Imposible dormir. Una mañana fue trasladado. Llegó a un edificio a pocos metros del HPC, el módulo seis, pabellón C. En ese lugar se aplicaba el programa IRIC –Intervención para la Reducción del Índice de Corrupción–, un sistema de detención desarrollado para alojar presos de alto poder adquisitivo y cuya finalidad es evitar que mejoren sus condiciones de alojamiento a través de hechos de corrupción. Tiempo después se descubriría que este programa había sido un invento del gobierno de Macri para poder espiar ilegalmente a los presos relacionados con la política. Al lado del HPC era un paraíso. 

Una vez dentro del pabellón fue recibido por un detenido famoso a quien él no conocía personalmente: Ricardo Jaime. El exsecretario de Transporte, detenido por varias acusaciones de corrupción, fue el encargado de tranquilizarlo e introducirlo en la vida carcelaria. Sus primeros compañeros fueron los del rancho dos: Pablo López, Ignacio Actis y Abel Osper, todos detenidos por causas de narcotráfico. Se adaptó razonablemente bien. El peor momento del día para él era el “engome”, el momento en el cual los presos deben regresar a sus celdas individuales y son encerrados desde las ocho de la noche hasta las siete de la mañana. En ese momento, Cristóbal López recordaba que estaba preso. El resto del día lograba autoengañarse. 

El “locutorio”, un lugar destinado a recibir visitas, también lo ponía mal: una sala alargada con sillas de un lado y del otro, que está dividida en el medio por una pared con ventanas de rejas que apenas permiten ver hacia el otro lado. Es un lugar deprimente. Por suerte para él, existían también otros lugares para recibir a su familia y amigos. Cristóbal López pasó ochenta y siete días preso hasta que fue excarcelado. 

Fuente: Página/12. Link. Imagen: Ámbito.

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