Por: Marcelo Padilla

Hubo en la historia mujeres: dóciles, domésticas, serviles, golpeadas, que van a comprar el pan y se guardan en la casa, poetas, artistas, políticas de profesión, apocalípticas, malas y buenas. Ocultas, brujas, celosas, libertarias, investigadoras, sumisas, estoicas y ásperas. Hay mujeres de todas las características y estereotipos. Las silenciosas y las bravuconas, contenedoras, abandónicas, miserables y apátridas, oligarcas, obreras, luchadoras y depresivas. En la historia nacional hubo mujeres de todo tipo, de las descritas y más. Odiadas. Estigmatizadas, defenestradas, maltratadas solamente por su condición de mujeres. Militantes y abúlicas. Todas se merecen respeto y derechos no solo por mujeres sino por el simple hecho de su condición de subordinadas a la sociedad patriarcal.

Algunas, en otros tiempos adversos, pudieron romper con el molde cultural que las ponía en la vidriera de los piedrazos. Otras no se animaron y callaron. Ninguna llegó a presidir un país a través del voto popular por diversos motivos. Se destacaron más en la cultura o en fundaciones que ayudaban la carencia de niños con sarna. En el altar, Eva Perón, ese cáncer para los oligarcas, esa mujer vilipendiada por milicos y señoras emperifolladas que se espantaron con su presencia arrolladora. Evita para los pobres. La Eva de los tapados y collares para los ricos. Para nosotros, la del barro. Evita del barro para los agradecidos. El siglo XX fue el siglo incomparable de evita, la odiada por la superestructura cultural e ideológica. La despreciada por su origen de pueblo y por su migración a la ciudad en busca de un mejor destino. La revolucionaria. Lejos de la comodidad de ser la pareja de Perón, evita fundió biela en la lucha por los derechos de las propias mujeres, aprovechando su situación, desoyendo al propio Perón muchas veces, al punto que quiso armar a los sindicatos para la resistencia. No llegó, se la comió la enfermedad, la lloró un país, se hizo mito y la sostuvieron como bandera en los rituales populares en barrios tristes. Quedó clavada en la historia como una lanza, molestando con ese goteo de la sangre que hirió a la bestia. Hasta aquí, Evita.

Y en el siglo XXI la inigualable Cristina. También odiada por muchos: oligarcas y mujeres histéricas que la envidiaron por su tesón e inteligencia. Pocos colectivos de mujeres feministas, de tantos que pululan en la argentina diversa las nombra bien, es más, le hacen cantitos despreciables. Ahí se unen inconscientemente con las mujeres oligarcas. Unas por desprecio a lo que hizo en favor de los más humildes, otras por su pureza blanco Ala por no pronunciarse a favor del aborto (ponele) entre otras cosas.

Presidenta por dos periodos consecutivos mediante el voto popular, Cristina, es la única mujer que llegó a presidir el país en la historia nacional postulándose como candidata. Y fue votada contundentemente. Mujer. Áspera con los mezquinos y cariñosa con los desolados. Peronista, como evita. No Ángela Merkel ni Michel Bachelet ni Dilma.

Cristina, la de los ovarios, la que le puso el cuerpo a un país que hoy desagradece los beneficios de sus políticas votando a un procesado. Allá ellos y ellas. Nadie salió a decir nada cuando la trataron de lo peor desde el poder real. La yegua. Ni las mujeres feministas rosas ni las mujeres que bravuconean con su género pan. Claro que la garcas de este país no salieron ni saldrán, porque resultó un espejo donde mirarse y darse cuenta lo sometidas que son, lo machistas que son. Por lo bajo alguna que otra dice algo sobre su coraje, pero solo por lo bajo. Igual, no se puede esperar otra cosa en la ideología de clase que está por encima y por debajo, en la sangre y en los huesos, de los que odian a Cristina.

Pero hay quienes la amamos. Un amor de una espesura que no puede licuarse. Mujeres, hombres, viejos, jóvenes, niños. Millones de niños que tendrán en su memoria a Cristina. Para el recuerdo, para el ejemplo, para la memoria de un pueblo. Dejó un país más que ordenado y funcionando. No se fue en helicóptero, se va inaugurando hospitales e industrias nacionales. Así se nos va Cristina Presidenta del poder político luego de ochos años de gestión. Con la gente vacacionando en las playas. Con familias saturando plazas turísticas argentinas. Con la cosa funcionando.

Entonces, yo digo, no hay homenaje posible que pueda estar a la altura de lo que hizo como Presidenta. Todo será poco. Esa vibra que nos deja, ese nudo en la garganta, los recuerdos, sus discursos, la Plaza de Mayo que la amó hasta las lágrimas. Los actos por inauguraciones de obras públicas en las provincias, hasta en las desagradecidas. Su valentía arrasadora. La mujer que a mí me hizo llorar cada vez que hablaba por cadena nacional.

Me pongo viejo por goteo y veo las caras de mis hijos también emocionados, defensores de Cristina en la escuela contra viento y marea. Somos una familia que amará por siempre a esa mujer que nos dio la esperanza.

Gracias Cristina, amor mío, por todo.

Hacer Comentario

Su dirección de correo electrónico no será publicada.