El triunfo de Donald Trump representa el mayor golpe que recibe el complot oligárquico desde que gobierna Argentina.

Trump es una incógnita repiten los analistas. Y lo es. Hasta donde es previsible su actuar, contraría todas las formulaciones a que aspiraba el macrismo.

El Tratado Trans Pacífico es el gran anhelo comercial de los funcionarios nacionales. Ese tratado es puesto en cuestión o directamente descartado por Trump.

La deuda externa récord a que el macrismo lleva a la Argentina también puede acortar los tiempos de asfixia. Por un lado con actitudes menos complacientes por parte de los organismos multilaterales de crédito como el FMI. Por otro, por el eventual aumento de las tasas de interés estadounidenses que impactará fuertemente en que no haya “lluvia de inversiones”, ni siquiera en forma de capitales golondrina, su modo actual.

El planteo geopolítico del macrismo también sufre un revés considerable. Las nuevas relaciones carnales a las que gustosamente querían llevarnos, deberá ser reformulada ante un presidente norteamericano que es otra cosa, que estará centrado en su país y que ya ha anunciado para algunos conflictos, como Siria, pretender soluciones multilaterales.

Nadie puede pensar que el imperio dejará de ser un imperio. Probablemente Macri tratará que se olviden sus gaffes al apoyar a Hillary Clinton y buscará recomponer su relación con el magnate, recordando sus épocas de negocios. Sus problemas con Trump no son personales. Quizá todo lo contrario.

El gran problema para el complot oligárquico, y para el macrismo como su conducción orgánica circunstancial, es que necesitan un imperialismo (concedámosle el nombre de “globalización” si quieren) de un modo tal que les permita el control interior de la Argentina. El tema de siempre del cipayismo, ser agente imperial para controlar la política interna. Y hasta el momento parece que Donald Trump tiene otros intereses antes que ordenar los desaguisados de los oligarcas argentinos.

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