Por: Carlos Almenara

Detrás de la obcecada postura de Macri para impugnar cualquier iniciativa contra los despidos no sólo hay cinismo y desprecio a los trabajadores. También se esconde el fundamentalismo neoliberal del gobierno.

“Les deseo que sean felices y encuentren su lugar en el mundo” fue la respuesta de Macri a la pregunta sobre los despedidos del gobierno nacional. Hay todo el derecho a indignarse con la insensibilidad, la miserabilidad del presidente argentino, pero ello no debe impedir reconocer el sesgo ideologista.

Es que para la ortodoxia económica sigue vigente lo que se llamó la “ley de Say”, en recuerdo del economista francés Jean Baptiste Say.

Esta “ley”, resumidamente, sostiene que la oferta crea su propia demanda. No nos metemos aquí con el concepto de “ley” económica, que es el modo en que los ortodoxos naturalizan relaciones injustas.

Es decir, segun Say, los factores productivos: capital, tierra, trabajo, actuando en libertad y “sin interferencia estatal” ajustarán vía precios y restablecerán el equilibrio en cualquier situación. El equilibrio será inexorable y ese equilibrio garantizará el pleno empleo de los factores. Y además lo hará de modo que sea óptimo para la sociedad pues los agentes económicos racionales orientan los factores a aquellos usos más productivos.

Cuando Macri menciona cada cinco minutos que “no se creó empleo de calidad” es en esta clave como se lo puede entender. De calidad no es que lo pretenda registrado, ni bien remunerado, sino, fuera del Estado y acorde al mercado de trabajo sin intervención alguna, comandado por empresarios voraces.

La ley de Say fue demolida teóricamente por John Maynard Keynes. Y más importante, fue desmentida por la realidad. Efectivamente, el mundo vivió extensos períodos con altísimas tasas de desempleo que resultan incompatibles con aquella “ley”.

Como en cada caso, la ortodoxia económica explica el mundo de un modo didáctico pero falso. Sus postulados no son inocentes. Cada receta, cada respuesta, constituye una naturalización de algo tan convencional como las relaciones sociales, y tiende a presentar como “justo” algo que no lo es: la existencia de ricos que tienen todo y pobres que no tienen nada.

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