Roberto Caballero

Rendidos ante lo evidente, los empresarios hacen lobby neoliberal y se consuelan cada vez que Scioli anuncia algún integrante del futuro Gabinete que no huela demasiado a kirchnerismo duro.

Cuando falta una semana para la elección presidencial, los encuestadores barajan números que muestran a un Daniel Scioli ganador y bastante alejado de Mauricio Macri y Sergio Massa, aspirantes al segundo puesto.
Según trascendió del último sondeo de la consultora que más tiende a acertar en los pronósticos electorales –que no es Management & Fit, que ayer predijo todo lo contrario para Clarín y Macri–, no habría escenario de balotaje garantizado porque el candidato del FPV ya estaría superando el umbral del 40% y su competidor más inmediato, el postulante de Cambiemos, no llegaría al 30%, por más de dos puntos; y el de UNA apenas se ubicaría un punto por encima del 20 por ciento. En este caso, los potenciales se justifican. La verdad verdadera se verá en una semana.
La encuesta está reservada a los contratantes privados y todavía ayer no se había hecho pública, pero estaría reflejando el definitivo deshielo de los números estáticos de las PASO y un corrimiento del voto indeciso o independiente hacia el oficialismo, lo cual saldaría el pleito el domingo 25 sin necesidad de una segunda vuelta.
Como todo panorama predictivo, los márgenes de error cuentan. Más, con diferencias tan ajustadas. Pero los consultores advierten una tendencia general que cobra cada vez mayor grado de certeza: Scioli no pierde sino que suma algunos puntos, Macri no suma o aparece estancado, y Massa pese al repunte de las últimas semanas no llega a pisarle los talones a Macri.
Ahora resta saber si el voto popular confirma el pronóstico triunfal para el FPV o lo elude con un batacazo imprevisto (al que se le asigna remota probabilidad) que a esta altura sólo se traduciría como escenario de disputa en noviembre entre un Scioli fuertemente posicionado como primero y un Macri a todas luces debilitado como segundo, al que sólo podría apoyar Massa, en términos personales, porque el massismo peronista ya entabló negociaciones subterráneas con el bonaerense. Con algo de frialdad y mucho de pragmatismo, lo explican así: Macri no los dejaría siquiera entrar a la Casa Rosada, en cambio, de Scioli sí pueden esperar cargos y prebendas.
Dentro del mundillo empresario, dan casi por hecho que el próximo presidente no será Massa y tampoco Macri. Los CEO de las principales compañías desempolvan viejos contactos con el sciolismo para arrimarse al que olfatean vencedor de antemano. Cada nombre del futuro Gabinete que promueve el bonaerense es un revuelo. La lectura que se hace de cada uno de ellos es qué tan cerca o lejos estuvo en el pasado del cristinismo. Detectar su distanciamiento, por ejemplo, actúa de premio consuelo frente lo que conciben como fatalidad ante un país que, en su óptica, no sabe votar: ninguno de sus candidatos puros –Macri o Massa– enamora mayoritariamente al electorado.
Sus principales diarios se concentran en, por un lado, oxigenar y promocionar todo lo que se pueda las candidaturas propias hasta que suene el gong final; y, por el otro, atacar fuertemente a Cristina Kirchner como si fuera candidata a algo el domingo 25, y con bastante menos gravedad a Scioli, embarcados en una operación que procura generar grieta y desconfianza entre el kirchnerismo puro y su candidato presidencial, a la vez que suponen útil para granjearse algún cariño del eventual futuro presidente.
Convencerse de que Scioli es más poroso a las necesidades del mercado, que pretende ceder con los fondos buitre y que va a gobernar sin el kirchnerismo, por ejemplo, en parte los reanima y reconforta frente a un panorama emocionalmente devastador para su manera de ver y entender el mundo: el FPV podría coronar su cuarto mandato consecutivo en las urnas dentro de muy poco.
La otra gran operación de sentido es la que busca instalar pánico económico en la sociedad. De las PASO para acá, las palabras «devaluación», «ajuste», «reajuste», «adaptación», «suspensiones» o «despidos» ganaron espacio en sus medios y licencias gracias a los opinadores y comentaristas que saben poco o nada de finanzas pero gozan atemorizando a sus audiencias interfiriendo, además, sobre cualquier sensación de bienestar que pueda traducirse en votos al oficialismo. El efecto que buscan es naturalizar una tendencia que se basa en algún hecho real y en varias fantasías superpuestas.
El hecho real es que nuestros principales socios comerciales (Brasil, China) dejaron de crecer o crecen menos. Es decir, van a comprar menos. Y que los productos que Argentina exporta cayeron en su valor internacional. Las fantasías superpuestas son que este escenario indefectiblemente lleva al ajuste, al aumento de tarifas y a la devaluación general para bajar salarios, también, a nivel general. Las recetas ortodoxas que se escucharon esta semana en el Coloquio de IDEA prueban que el país empresario sigue sin tener mucha idea sobre lo que de verdad hay que hacer. No tanto con los asientos contables de sus firmas, sino con algo que las excede y se llama sociedad.
A la falta de imaginación e inventiva de sus cuadros debe sumarse que no advierten que Brasil, siguiendo consejos parecidos a los que tanto los excitan, no sólo agravó su desaceleración económica sino que entró en una peligrosa pendiente de crisis institucional con final imprevisto. Por el contrario, aplicando políticas anticíclicas y heterodoxas, la Argentina creció (poco, pero creció), mantuvo niveles de empleo y consumo aceptables, generó 150 mil nuevos empleos privados, cumplió con el pago a los bonistas y protegió las reservas con creatividad, y encara de modo más o menos tranquilo el traspaso constitucional de gobierno.
El 2016, en teoría, siempre económicamente hablando, no debería ser muy distinto al 2015, salvo que el presidente electo decida desmontar por completo el por ahora eficaz blindaje que propuso el kirchnerismo para enfrentar la caída internacional. Cualquier devaluación salvaje lo único que provocaría es una retracción fenomenal del mercado interno, rueda de auxilio que soportó la tasa de actividad, producción y empleo, en niveles significativos comparados con otros países de la región.
No es siguiendo ideologismos signados como verdades irrefutables por los operadores de las empresas que se hace una mejor y más robusta economía. La historia reciente demuestra que el mercado puesto a decidir comete errores que se pagan caro, con costos sociales altísimos. Los diez mejores años de la economía nacional en 200 años de país los logró la política y no el chanterío econométrico. Digan lo que digan en IDEA, donde no tienen mucha idea: lo que sí tienen es ganas de que pase algo que se lleve puestas las políticas que detestan y se revierta el patrón distributivo alcanzado en los últimos años. Eso no es un proyecto de país: es una mezcla de avaricia y revancha, revestida de una sensatez inexistente.
En una semana, el año electoral, especialmente largo y extenuante, estaría llegando a su fin. Si las encuestas no fallan por mucho y el voto se expresa en base a las tendencias más o menos definidas según todos los analistas, Daniel Scioli se estaría calzando la banda presidencial el próximo 10 de diciembre.
Otro país comienza el 11. Analizarlo es prematuro. Proyectarlo, un enorme desafío a la imaginación.

Fuente: Tiempo Argentino

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