Empresarios nacionales del sector textil resisten una crisis que amenaza volverse terminal. La importaciones influyen pero más aún la disminución del consumo. La gente compra mucha menos ropa.

El impacto de la crisis en el sector textil. Cierre de empresas y despidos en todos los eslabones de la cadena

«La gente no tiene con qué comprar, eso explica todo»

Uno de los sectores clave en la generación de empleo industrial está pagando caro las consecuencias de la caída del consumo. Más de 300 empresas cerradas y pérdida de 40 mil puestos de trabajo. 

Por Raúl Dellatorre

«¿La crisis actual es como la de 2001?», le preguntó un joven empresario textil, de treinta y pico, a un colega más experimentado. «Esta es peor, porque en 2001 estabas sin ventas, sin producción y te quedabas estancado en el mismo lugar. Hoy, con la inflación, te quedás parado y seguís retrocediendo, porque el proceso de descapitalización sigue», le respondió, desde sus casi seis décadas de edad, quien ya había pasado por el trauma de soportar una crisis recesiva estando al frente de la fábrica. Como aquélla vez, esta no es una «crisis del sector textil», sino una severa crisis industrial, con riesgo de desaparición para varios sectores, por una recesión generalizada que provocó una caída masiva del consumo interno, impulsada por una política económica instaurada en diciembre de 2015. Que no cambió, y que Cambiemos promete (amenaza con) no cambiar si sigue después de diciembre, sino «seguir con lo mismo pero más rápido». 

El impacto de esta crisis de la industria en el sector textil se puede contar tanto en cifras como en historias personales, familiares en muchos casos por la tradición de varias generaciones en la misma actividad. Una crisis que, en su amplitud de banda, afectó tanto a gigantes históricos como a pequeños talleres, a grandes marcas internacionales como a confecciones de prendas de venta sin marca en tiendas de barrio. El rubro textil se compone de una compleja trama de sectores, desde la desmotadora de la materia prima a la distribución y comercialización de una prenda, pasando por la producción de la fibra natural y el desarrollo de las fibras sintéticas y artificiales, la fabricación de hilado (de fibra continua y discontinua), la producción de tejidos (planos y no planos), la tintorería y acabado de telas, para pasar luego por la confección y el diseño de prendas que llegan a una vidriera. Todos y cada uno de esos eslabones ha sido golpeado, no hay renglón que no haya contribuido con cierres de empresas a esta catástrofe. Se estima que suman más de 300 las empresas cerradas en estos tres años y medio, desde las muy grandes a las más pequeñas. Y en el resto que sobrevive, casi sin excepción se recurrió al despido para reducir personal y dimensión productiva, ya que hoy se produce con un 50 por ciento de capacidad ociosa. Las cifras oficiales hablan de 18 mil puestos de trabajo perdidos entre diciembre de 2015 y abril de este año, pero sólo entre los empleos «formales». Los otros, los que se desempeñan en talleres de confección no declarados, elevarían esa cifra a un mínimo de 40 mil puestos de trabajo menos hoy en el sector. Producto de una crisis que, trágicamente, aún no ha encontrado su piso.   

Situando la evolución del sector en grandes cifras, podría decirse que, en 2015, el mercado de textiles sumaba en Argentina unas 500 mil toneladas de productos que eran abastecidas, por mitades (fifty-fifty) entre producción nacional e importados. La política económica de Cambiemos favoreció la importación, perjudicó a la producción local pero, lo más grave de todo, es que serruchó el consumo. El mercado textil de 2018/19 ya no llega ni a las 400 mil toneladas, entre las cuales los importados mantienen el mismo nivel de oferta de unas 250 mil toneladas, mientras que la producción nacional se quedó con el resto, cediendo más de 100 mil toneladas de producto. Esto es, que redujo su producción para el mercado local en un 40 por ciento.

Mientras que en volumen físico, se estima que el mercado local para los textiles se redujo en un 28 por ciento a partir de 2015, desde el sector advierten que «la crisis se agudizó en los primeros cinco meses de este año; no hay piso». El uso de capacidad instalada se encuentra en torno al 50 por ciento desde el año pasado, año en el cual la evolución del Valor Agregado Bruto de la producción (producto neto del sector, sin computar los insumos) relegó a la actividad a estar entre las más impactadas del retroceso industrial. 

Como fue dicho, no hay renglón que no sea impactado cuando el destinatario final del producto desaparece o se achica. Pero hay situaciones extremas, por ejemplo en determinados tipos de tejidos en los que «ya es difícil encontrar una camisa,  un mantel o ropa de cama que sea de producción nacional», apuntan desde el sector. «No hay reacción del consumo, se comprueba que el nivel de endeudamiento de las familias es tan elevado que cuando hay ingresos extra, como puede ser el cobro de un aguinaldo, no llega a la compra de una prenda, se va antes en el pago de la cuenta pendiente de la luz o el gas. No hay ventas, ni de producción nacional ni importada. ¡Ojalá la importación volviera a ser un problema! Al menos, nos estaríamos peleando por ver quién vende», señaló con ironía Ariel Schale, director ejecutivo de la Fundación Pro Tejer, a Página 12. 

La salida de Wrangler y Lee del mercado no es un hecho extraño a la situación del sector. En general, las empresas que apostaron a un producto «de marca» están sufriendo sin anestesia las consecuencias de la caída de ventas. «No es caída, es desmoronamiento», corrigió un representante del llamado sector de «marcas y retail» a la consulta de este diario. Algunas se retiran del mercado, otras desisten de mantener las casas identificadas con la marca en grandes centros de compra (shoppings y demás), lo cual es el paso inmediato anterior a dejar el mercado. 

Que una gran marca internacional se retire es un síntoma de falta de perspectivas de un cambio cercano en la situación del mercado. Las grandes firmas del sector de capital nacional, en cambio, hacen su apuesta a la supervivencia, aunque en lo inmediato esto les signifique un achicamiento o ajuste. Es lo que se está viendo en muchas hilanderías y tejedurías, tradicionalmente de capital intensivo, que están trabajando en promedio al 50 por ciento de su capacidad productiva. Las que tenían más de una planta, en muchos casos cerraron algún establecimiento. En tanto que la reducción de planteles (despidos) ha sido la respuesta defensiva más utilizada. El sector ajustó por el lado del trabajo para seguir adelante.  Yeal Kim, titular de Pro Tejer, en una entrevista que le hizo este diario el año pasado, aseguraba que «si hubiera una política que nos garantizara poder producir, no con subsidios, estaríamos en condiciones de crear 500 mil trabajadores en un año». La política oficial, hoy, empuja exactamente a lo contrario. Pero no es poco saber que hay un sector con esa capacidad de reactivar el mercado laboral. Con otra política, claro. 

Fuente: Página/12. Link. Imagen: El Cronista.

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