Por: Marcelo Padilla

Doce millones novecientos mil y pico de votos contra doce millones doscientos mil votos. Ahí. Casi nada. Un pelín. Ese es el recuento definitivo. Un hilo finito, una bocanada de oxígeno que nos faltó. Los números cuentan a la hora del análisis porque no estamos ante una paliza ni mucho menos. Nos faltaron pocos votos si se tiene en cuenta la cantidad total de votantes. Y eso lleva a otro análisis. Por empezar: el país está partido en dos partes iguales. Uno se llevó lo que le faltó al otro pero acá paliza no hubo. Con todo el aparato mediático en contra, más doce años de gestión sostenida, así y todo, casi casi la ganamos. Que festejen sí, pero que no se crean los titulares de los diarios porque la diferencia fue exigua. Es más, ahora tendrán los que gobiernen la mitad del país que pujará por no retroceder. Esto para empezar.

Ganó un discurso y no un proyecto, ganó un malestar. No hubo movilizaciones masivas en las calles festejando. Hubo show televisivo. La gente de a pie que votó a Macri no festejó, se guardó en las casas y se acostó en silencio luego de la venganza, como los que luego de actuar con ira quedan exhaustos, y les cae la ficha biológica. Querían un cambio, pues lo van a tener. Lo eligieron a Macri para comandar ese cambio y, Macri, es Macri. Ahora a arremangarse. Porque esta nueva ola agarrará un país que funciona. Si lo quieren chocar ahí estaremos los compañeros y compañeras con las víctimas, como siempre, la historia lo demuestra. Los sectores populares nunca fueron nuestro enemigo y muchos de los que votaron por Macri, cuando les ajuste el cinturón y se quejen en las colas de supermercado y en los negocios por los resultados de las políticas económicas antipopulares, aumentarán su malestar. Ahí estaremos. Organizándonos con los nuestros y los caídos de su nuevo modelo racial. En la calle, peleándola.

Acá nadie se rinde. La militancia social inédita que salió a las calles las últimas dos semanas a defender por fuera de las estructuras partidarias los derechos conquistados es un enorme capital social y político construido. Sin odio, con conciencia, son los que no bajarán los brazos. Nace una nueva era en la Argentina: la era de la resistencia. Se purgarán las culpas, y esas cuestiones de toda derrota electoral pero ese pueblo que militó la calle no tiene dueño. Tampoco dirigentes que le digan dónde ir. El empoderamiento de una parte de la sociedad les ha dicho a las dirigencias cómodas del FPV que ahora hay que barajar y dar de nuevo. Impávidos, los que mandaban ya no mandan. Se acabó la era de las orgas y de las burocracias. Nacerá una nueva camada de líderes a quienes los dirigentes de ayer tendrán que escuchar sí o sí. De lo contrario, vendrá el jacobinismo contra los monarcas propios.

Nacerá el sindicalismo en todo su esplendor. Los agazapados, los que se comían el parate burocrático de sus representantes. Otra juventud también, que demanda otras prácticas de construcción política. Sin comisarios ni mandamases. Mientras por arriba se pasen los factureros, por abajo habrá un río que fluirá sin tanta contaminación. Esto es el cambio también que se viene hacia el interior del movimiento nacional. Es la hora de la militancia. Y a la militancia se la escucha y se la respeta.

Sed de calle, hambre de lucha, resistencia organizada para hacerle frente a los ajustes contra el pueblo. No pasarán ni los de adentro ni los de afuera.

Acá no se rinde nadie.

Hacer Comentario

Su dirección de correo electrónico no será publicada.